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El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, otorgó legitimidad a un gobierno latinoamericano derrocado por un golpe de Estado, y contrario a sus intereses. El presidente de Honduras, Manuel Zelaya, líder máximo de este gobierno, fue recibido por el Departamento de Estado en Washington. Y una organización desacreditada por su rancia tradición golpista, la Organización de Estados Americanos (OEA), condenó el cuartelazo, pronunciándose a favor de Zelaya.Algo no cierra. ¿A cuento de qué tanto frenesí democrático? Leer para creer: en Moscú, frente a un grupo de universitarios, Obama afirmó que su gobierno no señala a otros países quiénes deben ser sus gobernantes, y que no apoya a Zelaya por estar de acuerdo con él. “Lo hacemos –dijo– porque respetamos el principio universal de que los pueblos deben elegir sus propios líderes, coincidamos con ellos o no.” ¡Ay!…Con argumentos muy bien documentados, varios comentaristas centraron sus análisis en el ethos por antonomasia: Estados Unidos urdió el golpe del 28 de junio en Tegucigalpa. La lectura simultánea de las luchas políticas internas de Washington, y las de Honduras, permiten concluir que, en efecto, los gringos sabían.
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