viernes, 2 de noviembre de 2018

¿Pero todavía no ha renunciado Nikki Haley?


Por M. H. Lagarde

Mucho se ha especulado sobre las causas de la anunciada renuncia de la Embajadora de Estados Unidos en la ONU, Nikki Haley. Se dice que es una práctica habitual en la administración de Trump espantar a sus más cercanos colaboradores, que si posiblemente tenga aspiraciones presidenciales u otras teorías, pero lo que nadie ha dicho hasta ahora es lo duro que debe resultar para cualquier persona, aunque tan sólo tenga un ápice de vergüenza, defender ante el mundo la desatinada política exterior de Estados Unidos.

Una buena prueba de lo anterior es el último papelazo que acaba de protagonizar la embajadora estadounidense en la Asamblea General durante la última votación de la resolución en contra del bloqueo de EEUU a Cuba, en donde el país que ella representa trató, con la introducción de ocho enmiendas sobre el tema de los derechos humanos en la Isla, confundir y desvirtuar la contundente respuesta que durante 27 años el mundo le ha dado a esa política genocida contra el pueblo cubano.

Pero el tiro una vez más le salió a la representante norteamericana por la culata porque, además de tener que soportar las andanadas de verdades dichas por el canciller cubano, que contundentemente demostraron que Estados Unidos no tiene ninguna moral para criticar a Cuba en el tema de los derechos humanos, tuvo que resistir la repulsa a la maniobra diversionista de las ocho enmiendas que fueron desestimadas, una por una, por la inmensa mayoría de la comunidad internacional.

Hay que reconocerle a la embajadora su valiente desfachatez para, en el escenario de la Asamblea General de la ONU, hablar de los derechos humanos de los cubanos cuando el bloqueo, como bien dejó claro el canciller Bruno Rodríguez Parilla al inicio de su discurso, es culpable de la muerte y del sufrimiento de niños. Cómo se puede hablar de la explotación de los trabajadores cuando el bloqueo, que durante más de medio siglo ha tratado de rendir por hambre y miseria a un pueblo, es el primer obstáculo para su desarrollo. 

Ni mucho menos decir que Estados Unidos es el verdadero amigo del pueblo de Cuba. Extraño amigo el que durante 60 años ha sometido al 70 por ciento de los habitantes de la Isla a las mayores carencias y necesidades cotidianas. O será que Estados Unidos cree que el pueblo cubano es la reducida banda de mercenarios a los que amaestra con pastelitos en su embajada en La Habana. Igual de cínico resulta comparar a Cuba con Irán cuando en lo que más se parecen ambos países es en la constante agresión y satanización mediática que sufren de parte de Estados Unidos, simplemente por no someterse a sus dictados.


No es de extrañar por tanto que Nikki Haley se sienta decepcionada y con deseos de renunciar. Si además de vergüenza le queda un ápice de inteligencia debe darse cuenta de que una absurda política exterior dirigida desde la sombras por los "personajes que cuentan con una larga historia de confabulación para provocar crisis bilaterales", solo conduce al fracaso. No solo al fracaso de Estados Unidos en la arena internacional, sino al de su propia carrera política.

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