sábado, 30 de marzo de 2013

Silvio Rodríguez "regalao"


Video tomado con el Iphone de Aday del Sol

Por M. H. Lagarde


Hago un aparte en la cobertura especial de la gira mundial de la mercenaria Yoani Sánchez para felicitarme a mi mismo por la suerte de haber estado ayer en el concierto que ofreciera Silvio Rodríguez en el popular barrio de Tamarindo, en Santos Suárez, municipio Diez de Octubre, en La Habana.

Por razones de trabajo –y de cansancio- aunque había seguido el itinerario de ese genio nuestro que es Silvio Rodríguez por los barrios de La Habana, nunca estuve presente en ninguno de ellos. (A Silvio siempre lo tengo metido en mi casa, en la laptop, en la reproductora del carro, en fin, es como de la familia)

Ayer, ante el anuncio que se hizo en la Internet cubana de que Silvio invitaba a Isaac Delgado, me pareció que era el momento ideal para llegarme hasta el barrio de Tamarindo, sobre todo teniendo en cuenta de que era día feriado y por tanto no tendría, yo que soy un pésimo chofer, que esquivar en la vía tantos “almendrones”, como suele llamársele a los autos norteamericanos que todavía circulan por La Habana.

No pase por alto tampoco  la importancia de tal encuentro pensando sobre todo en aquellos en Miami que dicen que los músicos cubanos que viven en Estados Unidos no pueden cantar en Cuba.  En realidad lo que no pueden hacer los músicos “exiliados” es propaganda política en Cuba.

Como no me detengo a reseñar el concierto, que eso le toca a la AP y otras agencias internacionales que estuvieron allí presentes, me limito a señalar que la convocatoria hecha por Internet, un día antes, - por las limitaciones que ya sabemos- no resultó muy efectiva y el público que asistió al concierto de esos dos grandes músicos cubanos probablemente no pasó de las mil personas.

Como llegué media hora antes de que empezara el concierto, cogí “platea” al borde de la cerca que separa al público del escenario y pasé la mitad del concierto recordando mis trabajos de adolescente para conseguir una entrada en un teatro para ver al mismo Silvio que ahora estaba allí -con su gorra del ejército Rebelde- a la mano de cualquiera en el popular barrio de Tamarindo.

Dos horas después y de regreso a casa, con mi bella novia Aday del Sol, le comenté lo “loco” que estaba Silvio por hacer aquel tipo de conciertos en los barrios habaneros. “Si a alguien no le hace falta es a él”, dije. Y ella, tan práctica e inteligente como siempre –vio el concierto desde el área reservada a la prensa, casi a los pies de Silvio- me espetó que lo que Silvio hacia era trabajo comunitario y que si la gente, en una época irremediablemente marcada por la estupidez, no iba a la poesía, Silvio, como Mahoma, se la  llevaba regalada a la puerta de su casa.

La gente de Tamarindo, aún a pesar del clandestinaje promocional, agradeció el regalo y todo el tiempo interactuó, en carne y hueso, con el trovador –reclamándole sus canciones más conocidas- como si lo tuvieran allí, cantándoles, en la sala de su casa.

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