Performance realizado por actores del teatro cubano el pasado domingo en La Habana |
Por Santos
Pérez
Me cuentan
mis corresponsales que La Habana está llena de turistas. Hoteles y casas de
alquiler del centro albergan cientos de miles de extranjeros que visitan la
parte vieja de la ciudad o asisten al festival de cine. La prensa italiana da
cuenta de los fans de Zucchero que lo acompañaron en el megaconcierto en la
escuela de arte, incluyendo el tinte dramático de una joven que pereció en un
accidente de tránsito. La estrella del rock italiano lloró a su fan y derrochó
elogios a cuba y su gente. También lo hicieron Fito Páez y Julieta Venegas.
Pareciera que hay habaneros para todo pues los tres conciertos se repletaron, a
juzgar por las noticias y las fotos que circulan por Internet. Los artistas se
encontraron con espectadores delirantes y a la vez educados. Difícilmente en
otro sitio en una misma semana se ofrecieran tres conciertos con tanto
público.
Con la
proximidad del fin de año y las festividades religiosas africanas y católicas,
los cubanos levitan entre celebridades y jolgorios. La excepción es el oriente
del país, donde el huracán Sandy devastó la segunda ciudad del país, Santiago de
Cuba. Allí, las in gentes faenas por la recuperación están en el centro de la
mirada de las autoridades y solo el béisbol parece ser la diversión posible. El
clima del país es bueno y todavía se puede ir a la playa. En La Habana, aunque a
precios muy altos para el cubano promedio, hay más productos en el mercado. A un
amigo turista le parecieron harto baratos. Se puede frecuentar los nuevos
restaurantes y buenos bares del sector privado, aunque los de los hoteles no les
ceden.
No hay
muchos datos disponibles, pero los especialistas consideran que el gobierno está
pagando sus deudas y creando reservas. Una nueva angustia se apodera de los
cubanos: la recaída en la enfermedad del Presidente venezolano Hugo Chávez, su
principal aliado. No obstante, no se detiene
la llamada “actualización” del modelo. El gobierno acaba de anunciar la
extensión de las cooperativas a otros sectores d la economía, más allá de la
agricultura, y en esta última acelera, todavía sin mucho éxito, la concesión de
nuevas garantías a los arrendatarios. Es imperativo que la tierra produzca más y
que la oferta crezca, si se quiere bajar los precios y atenuar las crecientes
desigualdades. Es este un lado flaco de las reformas, si bien los cubanos, muy
alegres ahora mismo, han visto con satisfacción la consecuente eliminación de
disímiles "prohibiciones", entre las últimas la de viajar al exterior, aunque más
que de algo tangible, se tratara de una cuestión simbólica. Por cierto, sin que
nadie la haya afirmado, la prensa extranjera se ha lanzado a anunciar la
inminente prohibición del reaggeton, en una manipulación que supongo dirigida a
traer de vuelta el fantasma de las restricciones. Las autoridades culturales
parecen muy preocupadas por cuestiones de la educación y por diversificar la
oferta cultural. Para ello piensan en leyes y eso es sano. Nada más.
En ese
escenario lúdico-económico, el gobierno de Obama vuelve a hacer un guiño, pero
es poco convincente. Le sigue pidiendo gestos a La Habana. Si se tiene en cuenta
la cantidad de cambios en curso, esa solicitud tiene solo dos lecturas: o es la
convocatoria sempiterna a la rendición, lo que no tiene hoy mucho sentido; o se
trata, sencillamente de que Raúl Castro suelte a Allan Gross. De ser este el
caso, al que le falta el gesto es a Obama. Nadie discute que Gross era su
empleado y Obama no ha dicho ni una palabra de reconocer al gobierno de La
Habana. Por el contrario, mantiene intacta la política de derrocarlo y financia
programas para ello, contra la voluntad de toda América Latina y la oposición de
todo el mundo a una piedra angular de esa política: el
bloqueo.
Así las
cosas, mientras La Habana se divierte y celebra el día de los derechos humanos,
los empleados de Washington resultan todavía más aislados. Enarbolan con poco
éxito la bandera de las detenciones breves, mientras, según sus propios
testimonios y los de los bloggers, aparecen en conocidos espacios culturales y
asisten a los conciertos de artistas famosos. Ergo, se mueven con entera
libertad. Quizá sus pocos aliados efectivos, más por omisión que por convicción,
aliados a quienes en el fondo desprecian públicamente, sean algunos
representantes de las necesarias nuevas izquierdas habaneras, confundidos en una
retórica cada vez más insulsa. Estas últimas, por cierto, protagonizan en este
diciembre eventos teóricos y conmemoraciones, animan espacios del Festival de
Cine y publican en Espacio Laical, la revista de la Iglesia Católica, que
intenta juntar a tirios y troyanos.
¿Qué querrán
esos cubanos que gozan del diciembre habanero? ¿Qué querrán los otros, los de
Santiago de Cuba, con sus viviendas destruidas y su vida cotidiana pendiendo de
un hilo? Seguramente ni unos ni otros quieren el fracaso del gobierno. Unos y
otros aspiran a que el universo en el que se mueven se consolide, o por lo
menos, a que no se tambalee. En el diciembre habanero se ha dado cita la
libertad de crear y opinar, de la mano del gobierno y de la sociedad civil.
Ambos debieran tomar buena nota de ello. No es por cierto el único caso.
Sencillamente ahora ha sido más evidente. En Santiago de Cuba, las decisiones
gubernamentales atienden a los más necesitados. El consenso en torno a la
Revolución está ganando una
oportunidad.
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