Por Jorge Ángel Hernández
El connotado terrorista, la bestia,
se acomoda en El Paso,
en la frontera de todos los estupros.
En sus oídos
las explosiones son arias de Puccini,
las amenazas lances de Alatriste
y la culpa un vacío de la existencia.
El juicio que ha escogido
es la partida de dardos del instante.
Seguramente el sueño lo acompaña
como si nunca hubiese proferido ofensa.
Sin emoción acusa, acosa y se defiende.
Es una bestia de paso,
un robot de la sangre del dinero.
En la frontera de todos
cada día sus espectros se levantan
a sacudir y sepultar torturas,
para que al cabo la bestia se deshaga,
sin memoria ni cuerpo,
en las terrible sondas del destino.
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