Por Atilio Borón
Una nota sobre la tragedia de Tucson, Arizona. Como siempre, todo fue obra de un "chiflado"; nada existe en la sociedad norteamericana que explique estas periódicas matanzas, a veces de gente común y otra de connotados políticos, o de figuras como el entrañable John Lennon. La sociedad está bien, lo que pasa es que siempre hay algún villano que comete algún crimen deleznable. ¿Está bien una sociedad que produce masivamente adictos a toda suerte de drogas y estupefacientes? ¿Es saludable una sociedad que vende mortíferas armas de todo tipo con la misma liberalidad con que se venden golosinas? ¿Cómo se relaciona la tragedia de Tucson con la maduración del proceso de fascistización de la sociedad norteamericana? ¿Qué pasa cuando una sociedad admite que una propaganda política que dice "envíe un guerrero al Congreso", y lo presenta exhibiendo un fusil de asalto M16? A continuación, una tentativa de respuesta.
El criminal atentado contra la Congresista demócrata Gabrielle Giffords y el puñado de gentes que la rodeaba -que hasta ahora se ha cobrado la vida de seis personas, incluyendo la de un juez federal, John M. Roll- pone de manifiesto los alcances del proceso de fascistización en curso en la sociedad norteamericana. Por supuesto, la explicación ...(clic abajo para continuar) políticamente correcta que tanto la Casa Blanca como los medios se encargan de difundir rechaza esta interpretación. Lo sucedido es la obra de un “chiflado”, uno más de un venenoso linaje que ya mató a John F. y Robert Kennedy, Martin Luther King y Malcom X, para no citar sino a personalidades altamente significativas de la escena pública estadounidense. No existe la menor intención de vincular lo ocurrido en Tucson con las tendencias profundas de la sociedad norteamericana que periódicamente afloran cada vez con más virulencia e impacto masivo (McCarthy, Reagan, Bush Jr., ahora el Tea Party) y se cobran nuevas víctimas. Lo mismo ocurrió con los casos anteriores: para prueba ahí está el siniestro Informe Warren -así llamado por el nombre del presidente de la Corte Suprema de Estados Unidos que presidió la comisión investigadora del asesinato de John F. Kennedy - en donde se sostiene que una sola persona, Lee Harvey Oswald, fue el responsable del magnicidio y que no hubo conspiración para perpetrarlo. No es un dato anecdótico recordar que uno de los integrantes de esa comisión era el ex Director de la CIA, Alan Dulles. Se le encargó al zorro el cuidado del gallinero.
Gabrielle Giffords, que aún lucha desesperadamente por su vida, representa una corriente progresista dentro de los demócratas, algo sumamente peligroso en un estado como Arizona cuya gobernadora, la racista republicana Jan Brewer, promulgó en mayo del 2010 una ley que autoriza a la policía a detener y exigir documentos personales que acrediten su legal condición de residencia a cualquier persona de sospechosa apariencia, léase “latinos”. Giffords se opuso valientemente a esa iniciativa y no sólo eso: en el Congreso apoyó la Ley de Reforma del Sistema de Salud y se manifestó a favor de la reforma migratoria, la investigación con células madres y de las energías alternativas. Es decir, se constituyó en un blanco perfecto para creciente legión de los fascistas norteamericanos. Por eso su contrincante en las recientes elecciones parlamentarias, Jesse Kelly, un ex sargento de los marines que mordió el polvo de la derrota en Irak, aparecía en un afiche de campaña empuñando un rifle de asalto M16 e invitando a los electores a vaciar su cargador sobre Giffords. Candidato de la horda de freaks del Tea Party, el nombre de su contendora había aparecido -como lo recuerda Fidel en su “Reflexión” de ayer- en un anuncio patrocinado por Sarah Palin como una de las bancas a conquistar para el movimiento en las elecciones de noviembre pasado. Su distrito, como otros diecinueve, estaba marcado por una mirilla de fusil. Esa descarada apología de la violencia no perturbó el rodaje de las tan alabadas instituciones de la república imperial. El trágico desenlace de tanta violencia era apenas cuestión de tiempo. En una repugnante muestra de hipocresía el sitio web de Kelly subió el día de hoy un anuncio diciendo que el autor intelectual del crimen elevaba sus rezos por la recuperación de la congresista y las víctimas fatales del incidente. Otro tanto hizo el presidente Obama, incapaz de arbitrar algunas medidas más terrenales para poner fin a la crisis que carcome su país. Con sus rezos no irá demasiado lejos en su empeño. En El Dieciocho Brumario Marx recordaba que cuando “en el Concilio de Constanza los puritanos se quejaban de la vida licenciosa de los papas y gemían acerca de la necesidad de reformar las costumbres, el cardenal Pierre d'Ailly dijo, con voz tonante: “ ¡Cuando sólo el demonio en persona puede salvar a la Iglesia católica, vosotros pedís ángeles!” Con sus rezos Obama está invocando el auxilio de los ángeles cuando lo único que lo puede salvar es el implacable ejercicio del poder (algo que ciertas filosofías idealistas y religiosas consideran una emanación demoníaca) en contra de la plutocracia que, con su complicidad, está destruyendo a los Estados Unidos.
Hay algunas claves que será preciso explorar en detalle para comprender lo ocurrido. En primer lugar, lo más elemental: un país embarcado en una desorbitada militarización internacional requiere cultivar actitudes patrioteras, fanáticas y violentas para sostener ideológicamente desde adentro sus planes de conquista militar. El problema es que luego es imposible evitar que esas cualidades se trasladen al espacio doméstico, lo que imposibilita establecer un ámbito de debate sereno y racional en la política nacional. Esto lo advirtió Alexis de Tocqueville hace más de un siglo y medio y es más cierto hoy que ayer. No fue casual que Kelly haya propuesto vaciar el cargador de su M 16 sobre Giffords. Alguien tomó nota de ese mensaje y lo hizo. Segundo: el papel de los medios en Estados Unidos -y en especial de la cadena Fox- que salvo contadas excepciones permanentemente alimentan el racismo, el fanatismo, la intolerancia y la violencia ante la indiferencia de las instituciones que deberían regular el ejercicio de la libertad de prensa y que no lo hacen so pretexto de defender la sacrosanta propiedad privada y la libertad de expresión, aunque ésta sea utilizada para incitar al magnicidio. Tercero, la crisis económica que, como es sabido, estimula toda clase de conductas antisociales tendientes a criminalizar e inclusive satanizar al otro, al diferente. Un país en donde los pobres se empobrecen cada día más y los sectores medios bajos sienten que se hunden en la pobreza, mientras contemplan que una minoría se enriquece escandalosamente, crea un caldo de cultivo inigualable para la aparición de comportamientos y actitudes aberrantes que, rápidamente, serán juzgadas como normales. Por ejemplo, vaciar simbólicamente un cargador de un M 16 en un adversario político. Las consecuencias están a la vista.
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