Por Atilio A. Boron
Hoy la Asamblea General de la ONU someterá una vez más a votación una resolución requiriendo del gobierno de Estados Unidos poner fin al bloqueo decretado contra Cuba a partir de 1961. Tal como ocurriera desde 1991 esa resolución será aprobada casi por unanimidad, ratificando la condena de ese organismo a Estados Unidos por una política que castiga brutalmente al pueblo cubano a la vez que constituye una amenaza para la comunidad internacional.
Desde que comenzó el bloqueo los publicistas del imperio libraron una pertinaz batalla para confundir y engañar a la opinión pública mundial: hablan de “embargo” y lo presentan como si fuera un asunto apenas comercial. Ocultan que se trata de un bloqueo integral: económico, comercial, financiero, tecnológico, científico, cultural e informático, privando a la isla del acceso a la Internet de última generación. De lo anterior se desprende que tal política no sólo es ilegítima sino también contraria al derecho internacional; un estrategia diseñada para poner a Cuba de rodillas con la vana esperanza de precipitar el tan ansiado “cambio de régimen”. Se trata asimismo de una política que se aplica exclusivamente contra Cuba, lo que revela la persistencia de la antigua y enfermiza obsesión norteamericana de querer apoderarse de esa isla. Por su duración e integralidad no existen antecedentes en la historia universal de algo siquiera lejanamente parecido al bloqueo. La Casa Blanca no aplicó esta política con la Unión Soviética y con China, pero tampoco con Vietnam ni con la Libia de Kadhafi (aun luego de la voladura del vuelo Pan American 103, en Lockerbie, que matara a sus 259 ocupantes y once más al caer sobre tierra firme), ni con Corea del Norte, ni con Irán ni con ningún otro país. Sólo con Cuba.
Ofuscado por esa patológica ambición Estados Unidos incumple la Resolución 63/7, adoptada por la Asamblea General el 29 de octubre de 2008, cuando 185 estados miembros votaron a favor del inmediato levantamiento del bloqueo. George W. Bush hizo caso omiso de esa recomendación; lo que sorprende es que su sucesor –¡y actual Premio Nobel de la Paz!– haya mantenido la misma postura.
Si se observa lo estipulado por la Convención de Ginebra (1948), el bloqueo califica como un genocidio. Si se hace lo propio con lo establecido por la Conferencia Naval de Londres (1909) constituye un acto de guerra económica. Por eso la condena al bloqueo es algo que no sólo concierne a los cubanos sino que preocupa, y mucho, a la comunidad internacional. La pretensión de otorgarle extraterritorialidad a la legislación norteamericana, tan prepotente como absurda, es una amenaza a la paz mundial y un vicioso ataque a la autodeterminación y la soberanía nacionales de pueblos y estados.
Desde el punto de vista económico el bloqueo infligió un enorme daño a Cuba. Cálculos muy conservadores revelan que en términos del valor actual del dólar los perjuicios ascenderían a algo más de 236 mil millones de dólares (ver Alex Kicillof, “El Plan Marshall estuvo en la base de la Unión Europea”, Página/12, 21 de junio de 2007). Suma astronómica si se tiene en cuenta el tamaño de la economía cubana, pero muy significativa por sí sola: equivale aproximadamente al doble de las erogaciones ocasionadas por el Plan Marshall. Conociendo los grandes adelantos que la Revolución Cubana obtuvo en terrenos como la salud, la cultura y la educación es fácil imaginar todo lo que podría haber logrado sin la hemorragia económica y financiera generada por el bloqueo.
¿Ha cambiado algo desde el advenimiento de Obama a la Casa Blanca? Muy poco. Apenas una pequeña flexibilización del bloqueo, pero sin cambiar el fondo de la cuestión. Pese a las anunciadas promesas de iniciar una “nueva política” hacia Cuba y América latina, la administración Obama no ha dado indicio alguno de pretender levantar el bloqueo. Esto actualiza la pregunta que el presidente Chávez formulara en el marco de la reciente Asamblea General de las Naciones Unidas: ¿Cuál es el verdadero Obama? ¿El que dice frases bonitas o el que convalida el golpe de Estado en Honduras? Agregaríamos: ¿el que quiere promover el multilateralismo y refundar sobre nuevas bases las relaciones de Estados Unidos con América latina o el que persiste en sostener el bloqueo a Cuba? Hasta ahora el veredicto de la historia dice que el segundo. No se descarta que pueda cambiar, aunque cada vez parece menos probable. El paso del tiempo juega en su contra.
Tomado de Página 12
Hoy la Asamblea General de la ONU someterá una vez más a votación una resolución requiriendo del gobierno de Estados Unidos poner fin al bloqueo decretado contra Cuba a partir de 1961. Tal como ocurriera desde 1991 esa resolución será aprobada casi por unanimidad, ratificando la condena de ese organismo a Estados Unidos por una política que castiga brutalmente al pueblo cubano a la vez que constituye una amenaza para la comunidad internacional.
Desde que comenzó el bloqueo los publicistas del imperio libraron una pertinaz batalla para confundir y engañar a la opinión pública mundial: hablan de “embargo” y lo presentan como si fuera un asunto apenas comercial. Ocultan que se trata de un bloqueo integral: económico, comercial, financiero, tecnológico, científico, cultural e informático, privando a la isla del acceso a la Internet de última generación. De lo anterior se desprende que tal política no sólo es ilegítima sino también contraria al derecho internacional; un estrategia diseñada para poner a Cuba de rodillas con la vana esperanza de precipitar el tan ansiado “cambio de régimen”. Se trata asimismo de una política que se aplica exclusivamente contra Cuba, lo que revela la persistencia de la antigua y enfermiza obsesión norteamericana de querer apoderarse de esa isla. Por su duración e integralidad no existen antecedentes en la historia universal de algo siquiera lejanamente parecido al bloqueo. La Casa Blanca no aplicó esta política con la Unión Soviética y con China, pero tampoco con Vietnam ni con la Libia de Kadhafi (aun luego de la voladura del vuelo Pan American 103, en Lockerbie, que matara a sus 259 ocupantes y once más al caer sobre tierra firme), ni con Corea del Norte, ni con Irán ni con ningún otro país. Sólo con Cuba.
Ofuscado por esa patológica ambición Estados Unidos incumple la Resolución 63/7, adoptada por la Asamblea General el 29 de octubre de 2008, cuando 185 estados miembros votaron a favor del inmediato levantamiento del bloqueo. George W. Bush hizo caso omiso de esa recomendación; lo que sorprende es que su sucesor –¡y actual Premio Nobel de la Paz!– haya mantenido la misma postura.
Si se observa lo estipulado por la Convención de Ginebra (1948), el bloqueo califica como un genocidio. Si se hace lo propio con lo establecido por la Conferencia Naval de Londres (1909) constituye un acto de guerra económica. Por eso la condena al bloqueo es algo que no sólo concierne a los cubanos sino que preocupa, y mucho, a la comunidad internacional. La pretensión de otorgarle extraterritorialidad a la legislación norteamericana, tan prepotente como absurda, es una amenaza a la paz mundial y un vicioso ataque a la autodeterminación y la soberanía nacionales de pueblos y estados.
Desde el punto de vista económico el bloqueo infligió un enorme daño a Cuba. Cálculos muy conservadores revelan que en términos del valor actual del dólar los perjuicios ascenderían a algo más de 236 mil millones de dólares (ver Alex Kicillof, “El Plan Marshall estuvo en la base de la Unión Europea”, Página/12, 21 de junio de 2007). Suma astronómica si se tiene en cuenta el tamaño de la economía cubana, pero muy significativa por sí sola: equivale aproximadamente al doble de las erogaciones ocasionadas por el Plan Marshall. Conociendo los grandes adelantos que la Revolución Cubana obtuvo en terrenos como la salud, la cultura y la educación es fácil imaginar todo lo que podría haber logrado sin la hemorragia económica y financiera generada por el bloqueo.
¿Ha cambiado algo desde el advenimiento de Obama a la Casa Blanca? Muy poco. Apenas una pequeña flexibilización del bloqueo, pero sin cambiar el fondo de la cuestión. Pese a las anunciadas promesas de iniciar una “nueva política” hacia Cuba y América latina, la administración Obama no ha dado indicio alguno de pretender levantar el bloqueo. Esto actualiza la pregunta que el presidente Chávez formulara en el marco de la reciente Asamblea General de las Naciones Unidas: ¿Cuál es el verdadero Obama? ¿El que dice frases bonitas o el que convalida el golpe de Estado en Honduras? Agregaríamos: ¿el que quiere promover el multilateralismo y refundar sobre nuevas bases las relaciones de Estados Unidos con América latina o el que persiste en sostener el bloqueo a Cuba? Hasta ahora el veredicto de la historia dice que el segundo. No se descarta que pueda cambiar, aunque cada vez parece menos probable. El paso del tiempo juega en su contra.
Tomado de Página 12
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