miércoles, 25 de marzo de 2009

Ciudad en Rojo: apología a Santiago

Por Elizabeth López Corzo

Las calles huelen a conspiración, miradas cómplices, manos que cargan revólveres en la oscuridad, vigilantes tras las ventanas, caminos inundados de militares asesinos, un cartel contra la dictadura en cada esquina… así empieza la más reciente película cubana: Ciudad en Rojo, una oda a Santiago de Cuba.
El blanco y negro de la fotografía, las sombras, los ángulos, la música y una notable dirección de arte señalan al thriller, un género poco común en la cinematografía nacional y al que la realizadora Rebeca Chávez se lanzó, mientras lo mezclaba con el drama épico y las historias de amor.
La ciudad de Santiago es entonces el personaje principal del filme. Su latido trasmite el peligro una época donde escuchar disparos y explosiones a pleno día se convirtió en algo habitual.
He aquí la magnitud de la violencia en todos los espacios públicos: el sufrimiento de las mujeres, madres hermanas, esposas en reclamo de sus hombres en contraste con la tranquilidad aparente de los altos oficiales (los lideres del terror), quienes despreocupadamente desayunan con su familias y van a la barbería mientras mueren otros.
Ciudad en Rojo tiene escenas impactantes, imágenes que te ponen los pelos de punta, si bien la edición no favoreció del todo la historia pues varios momentos pudieron resultar muchísimo más emotivos de no haber sido por el corte excesivo entre planos. Esta dinámica, más que representar el espíritu de la época que recrea, terminó atropellando algunas ideas y mostró soluciones no siempre convincentes, sobre todo para quienes no conocen el referente literario de José Soler Puig: la novela Bertillón 166, en la cual se inspira la cinta.
Se nota que Ciudad en Rojo es una película que nace de lo más profundo de su autora, es una deuda con ella misma y su ciudad. Es una oda y exorcismo a la vez; pasiones encontradas que se evidencian sobre todo en los parlamentos (reflexiones en voz alta) del personaje del comunista y que me recuerdan inevitablemente ese sentimiento de amor-odio que siempre he tenido por Santiago. “Esta ciudad no es para sanos”, dice.
Al mismo tiempo Santiago simboliza una parte de toda la Isla de Cuba que se batía contra el crimen y la corrupción mientras enfrentaba las contradicciones entre los mismos personajes de la izquierda.
Por un lado la desorientación política mezclada con el entusiasmo juvenil y por el otro la arraigada conciencia y madurez; el enfrentamiento y la dualidad de razones que diferenciaba a los grupos revolucionarios: para algunos se trataba de la lucha política y para otros era cuestión de una “lucha concreta”.
Entre la conga y los guiños humorísticos que no pueden faltar, la película de Rebeca Chávez refleja el ambiente de agitación, ese polvorín que era la ciudad de Santiago a fines de los años 50. Una ciudad teñida por el rojo de la sangre, de la vida.
Al final de la cinta, la autora- que se ha desempeñado como documentalista- vuelve a las imágenes tomadas hace años en ese entorno para recordarnos que el dolor atraviesa la ficción, que eso fue real, que lo vivimos y por tanto nos pertenece.

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