Por: Betty M.
Desde hace varios días, La Habana no amanece igual. El frío intenso de este extraño “invierno tropical”, ha ido desapareciendo. Las calles se abarrotan entre ómnibus, personas e inquietudes de andar en búsqueda de un objetivo esperado, los deseos se entrecruzan y más allá de cualquier rutina laboriosa, la vida se torna diferente: la Feria del Libro es una realidad y una vez más, ha entrado en nuestras casas.
San Carlos cada año abre sus puertas mostrando al mundo la majestuosidad de sus alas literarias, pero sus espacios se tornan estrechos entre miles de cubanos y visitantes de todo el mundo, que disfrutan de esta fiesta de pueblo. Para muchos, ni siquiera importan las colas para comprar los libros, las horas necesarias para acercarnos a tantas obras y decidir por aquellas que realmente nos sean más atractivas, necesarias, útiles o renombradas. Basta solo con desandar sus espacios y vivir entre libros por momentos.
Estos días se tornan soleados, cálidos de tantos saberes y virtudes humanas, entremezcladas con un bien común, como si hasta la naturaleza se apropiara de nuestros espacios particulares para sentirnos más cómodos en el íntimo acercamiento a la creación literaria más auténtica y trascendente.
Allí están los niños, los abuelos, los padres, los amigos … la gran familia humana que sin importar por cuánto tiempo ni de dónde vienen, disfrutan la posibilidad de acceder a un mundo que renace desde la cotidianidad de una feria que ya es parte de nuestra identidad, nuestra idiosincrasia, nuestra cultura cubana y latina.
Al final del día, de las semanas, la feria se vuelca hacia toda la isla, como si por sí misma la literatura trascendiera los espacios tradicionales y caminara al reencuentro con el pueblo, ese que desde las más disímiles formas y estilos, se levanta todos los días para construir un espacio verdadero y perdurable en pos del bienestar común. Así también se dibuja una historia y se escriben otras páginas que ya los libros van asumiendo como suyas.
Más allá de los retos e insatisfacciones, de las críticas – tendenciosas o no -, de las diferencias de gustos, criterios y de lo que la propia realidad nos imponga como desafío permanente a perfeccionar, la Feria del Libro es hoy una marcha indetenible hacia el futuro, un derecho humano por sí mismo: a la información, el intercambio, el conocimiento, la cultura en su amplitud más acabada. Pero es, ante todo, una fiesta del pueblo y para el pueblo. Y, ¿por qué no decirlo?: Es también el desenlace feliz de una historia contada y muchas otras por contar; es el reencuentro con nosotros mismos y con el futuro.
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