Por Ernesto Pérez Castillo
Hace más de quinientos años arribaron a esta orilla de la mar océana, las naos españolas. Venían a por todo, y al precio que fuera. Nada los detuvo: asesinaron a quien que se opuso a la invasión, y a los que sobrevivieron los exterminaron después trabajando. Se llevaron a la península el oro que hallaron, y en la empresa aniquilaron lo mejor que había en esta tierra, que no era el paisaje –tan cacareado por Colón con su bobería de “la tierra más hermosa que ojos humanos y bla, bla, bla”– sino sus hijos, su cultura, su religión, uno universo y una comprensión del mundo de lo cual apenas llegó alguna huella a nuestros días.
Ahora no hay oro que robarse, y vienen a por algo mejor: la gente. Otra vez. So pretexto de una reparación histórica con los descendientes de los peninsulares que huyeron del fascismo durante y tras la guerra civil, han decidido otorgar, tan nobles ellos, la golosina de la ciudadanía española a sus nietos.
El primer cubano en recibir el pasaporte español ya tuvo su cuarto de hora en los grandes medios… ha sido fotografiado, entrevistado, publicitado… es el nieto de algún campesino muerto de hambre que huyó de las Canarias, a buscarse la vida de este lado. Curiosamente, este primer y a las carreras aprobado nuevo ciudadano, no resultó un don nadie… sino que es un joven de 38 años, médico, para más señas especialista en cardiología.
Ha confesado que ya hasta le han ofrecido trabajo… en un país en el que las cifras actuales del paro escalan a registros al rojo vivo, con más de tres millones de desempleados.
¿Así que reparación histórica? ¡Cuánta falacia para esconder la mala leche! Después de la supuesta transición –en pleno siglo xx, de la dictadura a la monarquía, prescrita además por el dictador–, no hubo un juicio por los miles de asesinados, torturados, desaparecidos, como no hubo investigación sobre las fortunas amasadas al amparo del fascismo franquista… de hecho, los seguidores del generalísimo son hoy los dueños del PP y de media España.
Sin embargo, se les ocurre que esquilmar otra vez estas orillas es un acto de buena fe… allí dentro de sus fronteras tienen a miles de ilegales –llegados de países expoliados por el imperio español y sus aliados– que no logran regularizar su estatus migratorio, a los que simplemente les darán una patada ya se sabe dónde, para mandarlos de vuelta. ¿Por qué no comienzan la reparación por ahí?
Sencillamente se han inventado el modo de blanquear, al peor estilo xenófobo, la emigración que recibirán. Blanquearla y refinarla. Porque ningún negro podrá acogerse a una ley que exige un abuelo español. Apenas lograran dar el gran salto tras la zanahoria los blancos, quizá algún mestizo, provenientes de familias que hayan podido conservar la memoria familiar, el pedigrí y más que nada la papelería en regla. Y por supuesto, el billete del pasaje.
Por lo pronto, el flamante nuevo ciudadano, recién llegando al otro lado del atlántico, declaró: “Cuba me dio el cuerpo y España el corazón”.
Él, desgraciadamente, tiene la zanahoria muy metida en las entrañas, pues la verdad es que Cuba no solo le dio el cuerpo, sino que se lo dio todo, como antes a su abuelo. España apenas le ha dado un pasaporte. Que espere a que le llegue la factura.
Hace más de quinientos años arribaron a esta orilla de la mar océana, las naos españolas. Venían a por todo, y al precio que fuera. Nada los detuvo: asesinaron a quien que se opuso a la invasión, y a los que sobrevivieron los exterminaron después trabajando. Se llevaron a la península el oro que hallaron, y en la empresa aniquilaron lo mejor que había en esta tierra, que no era el paisaje –tan cacareado por Colón con su bobería de “la tierra más hermosa que ojos humanos y bla, bla, bla”– sino sus hijos, su cultura, su religión, uno universo y una comprensión del mundo de lo cual apenas llegó alguna huella a nuestros días.
Ahora no hay oro que robarse, y vienen a por algo mejor: la gente. Otra vez. So pretexto de una reparación histórica con los descendientes de los peninsulares que huyeron del fascismo durante y tras la guerra civil, han decidido otorgar, tan nobles ellos, la golosina de la ciudadanía española a sus nietos.
El primer cubano en recibir el pasaporte español ya tuvo su cuarto de hora en los grandes medios… ha sido fotografiado, entrevistado, publicitado… es el nieto de algún campesino muerto de hambre que huyó de las Canarias, a buscarse la vida de este lado. Curiosamente, este primer y a las carreras aprobado nuevo ciudadano, no resultó un don nadie… sino que es un joven de 38 años, médico, para más señas especialista en cardiología.
Ha confesado que ya hasta le han ofrecido trabajo… en un país en el que las cifras actuales del paro escalan a registros al rojo vivo, con más de tres millones de desempleados.
¿Así que reparación histórica? ¡Cuánta falacia para esconder la mala leche! Después de la supuesta transición –en pleno siglo xx, de la dictadura a la monarquía, prescrita además por el dictador–, no hubo un juicio por los miles de asesinados, torturados, desaparecidos, como no hubo investigación sobre las fortunas amasadas al amparo del fascismo franquista… de hecho, los seguidores del generalísimo son hoy los dueños del PP y de media España.
Sin embargo, se les ocurre que esquilmar otra vez estas orillas es un acto de buena fe… allí dentro de sus fronteras tienen a miles de ilegales –llegados de países expoliados por el imperio español y sus aliados– que no logran regularizar su estatus migratorio, a los que simplemente les darán una patada ya se sabe dónde, para mandarlos de vuelta. ¿Por qué no comienzan la reparación por ahí?
Sencillamente se han inventado el modo de blanquear, al peor estilo xenófobo, la emigración que recibirán. Blanquearla y refinarla. Porque ningún negro podrá acogerse a una ley que exige un abuelo español. Apenas lograran dar el gran salto tras la zanahoria los blancos, quizá algún mestizo, provenientes de familias que hayan podido conservar la memoria familiar, el pedigrí y más que nada la papelería en regla. Y por supuesto, el billete del pasaje.
Por lo pronto, el flamante nuevo ciudadano, recién llegando al otro lado del atlántico, declaró: “Cuba me dio el cuerpo y España el corazón”.
Él, desgraciadamente, tiene la zanahoria muy metida en las entrañas, pues la verdad es que Cuba no solo le dio el cuerpo, sino que se lo dio todo, como antes a su abuelo. España apenas le ha dado un pasaporte. Que espere a que le llegue la factura.
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