viernes, 26 de octubre de 2018

No debemos regalar el concepto de dictadura de los trabajadores

Hoy tenemos entre nosotros paladares tan delicados, a quienes cuatro gritos bien merecidos les parece mala educación ante la terrible mala “educación” de los que nos atacan con palabras bien educadas para después matarnos con ellas mismas.


Por Carlos  Luque Zayas Bazán


“Hay que definir que es un Estado del pueblo trabajador, urbano y rural, manual e intelectual que se encuentra enfrascado en la construcción socialista.” (Del comentarista Orlando, en La Pupila Insomne)

Se está tratando de cuestionar la legitimidad de la condición del Partido como la fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado cubanos. El argumento principal parece sostenerse en la idea de que como la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo y el Partido no es una organización electa, por ello no recibiría del pueblo el ejercicio de su soberanía. 
El argumento se apoya en la definición de Raúl Castro según la cual, “…el Partido no ocupa su posición de dirigente en virtud de una elección popular, ni siquiera producto de una votación de la clase obrera de la cual es vanguardia organizada. No es pues un organismo representativo mediante elección de la voluntad popular, es un organismo de selección”.
El argumento se emplea según una consecuencia de la lógica formal: si el Partido no es elegido por el pueblo, el Partido no ejerce la soberanía, que únicamente sería legítima mediante una elección popular, pues en el pueblo reside la soberanía. Esta lógica no agota ni abarca todos los elementos de este problema. Porque deja fuera que el concepto de pueblo es aplicado de forma genérica, abstracta y difusa cuando deja fuera y no precisa los diversos intereses de clase que dinámicamente lo conforman en distintos períodos de su incesante conformación.
Teniendo como perspectiva la lucha política de los que necesitan sacudirse y librarse de las nefastas consecuencias de las dominaciones, y comprendiendo que el difuso concepto de pueblo era inoperante para los objetivos de una revolución radical, Fidel definió tempranamente la perspectiva de clase de la Revolución: “Nosotros llamamos pueblo, si de lucha se trata…” y a partir de allí expresa aquellos componentes del “pueblo” cuyos males y carencias legitimaban la rebelión revolucionaria.
Esta lúcida declaración en el programa fidelista anticipatorio de la Revolución marcha precisamente en sentido contrario a lo que Julio Fernández Bulté advierte con respecto al empeño ideológico de “velar”, ocultar, tergiversar, la esencia clasista del Estado y el Derecho. La definición de Fidel la revela en toda su exacta dimensión.
Como ha ocurrido siempre, en el mundo actual y en todos los países, se libra una fiera lucha política clasista cuya más clara delimitación se observa entre, por una parte, los intereses de los explotadores, los grandes propietarios transnacionales privados que ostentan la riqueza común, y por la otra, los que forman la “parte de los sin parte”, aquellos que los griegos llamaban el demos que no es el “pueblo”, sino los más pobres.
Nuestra sociedad, al interior de su composición social, no puede caracterizarse como agudamente clasista, en el sentido de la existencia de intereses antagónicos, porque no hay una clase capitalista con poder político o acceso e influencia, que le pueda disputar a los trabajadores la prevalencia de sus intereses mediante la lucha política electoral o de cualquier otra forma. Pero los cambios en curso deben procurar que no emerja esa clase social porque lo que sí es innegable que dadas las condiciones estructurales adecuadas, esa clase sí se puede formar y desarrollar. 
La expresión contemporánea más clara del demos son los trabajadores porque la parte de la riqueza social que únicamente poseen es precisamente su fuerza productiva que es, además, la que permite crear la verdadera riqueza social. 
La clase trabajadora sigue existiendo, realmente se hace hoy más numerosa y precaria en el mundo entero, aunque es también muy diversa y heterogénea, si tenemos en cuenta y nos libramos de la imagen proletaria de los primeros tiempos del capitalismo. 
Al interior de un país como Cuba la clase trabajadora tiene sus propias peculiaridades, naturalmente muy distintas en los países capitalistas, pero sigue teniendo una función hasta ahora universal: detenta y ejerce la capacidad productiva originaria de la riqueza social y por lo tanto es la que tiene el derecho a luchar y representar los intereses de toda la sociedad, porque toda la sociedad actual y la división social del trabajo que permite, existe precisamente por la riqueza creada.
El Partido Comunista cubano, como órgano de selección, es la expresión materializada y concreta de la dominación de clase: de la clase obrera. Los intereses de la clase obrera forman el Partido mismo. Pero sus miembros son elegidos entre los que considera con las mejores cualidades para representar y defender y realizar sus intereses.
Así como no se puede regalar a la ideología capitalista el concepto de democracia, un error cometido por ciertas corrientes del pensamiento anticapitalista, tampoco el concepto de partido, el de estado y tampoco el de dictadura. 
Su carácter peyorativo es una adquisición histórica relativamente tardía, y por eso hoy es palabra devaluada en el comercio mediático, donde se vende la “mercancía” de la palabra para conformar las mentes y dirigir las voluntades. Para enfatizar y naturalizar los conceptos orgánicos a la cultura capitalista y desdibujar, desacreditar y despojar de prestigio los conceptos y las funciones de esos conceptos, que se le oponen.
La dictadura fue una institución necesaria y aceptada como un poder temporal en la sociedad griega antigua, cuando en determinados períodos era aconsejable tomar decisiones rápidas y expeditas para normalizar una situación no deseable.
La dictadura de la clase trabajadora no es una dictadura unipersonal y la situación mundial, de la que ninguna nación puede desvincularse, en una situación de dominación y crisis, ahora cada vez más cínica y agresiva.
A la dictadura global del poder económico capitalista y su expresión mediante la violencia imperialista, a la dictadura endógena o exógena probable de intereses sectoriales, grupales o individuales, a la dictadura de intereses endógenos pagados o manipulados por los recursos de poder de los que acumulan la fuerza de los capitales, a la cultura hegemónica y de los medios para imponer sus intereses materiales y su visión espiritual de la vida, es justo y necesario imponer la dictadura de la clase de los que producen sin tener otro capital que su fuerza de trabajo. 
Ese es el objetivo y el resultado de una revolución socialista radical y triunfante como la cubana. Primero porque son los trabajadores, aquellos que deben recibir a cambio de su fuerza de trabajo los medios para vivir, la que produce los bienes que le permiten a toda la sociedad existir. Segundo porque es la clase obrera la que, no poseyendo bienes capitales, sino sólo su fuerza de trabajo, se ve obligada a renunciar en las sociedades no capitalistas, como la cubana, al plusvalor creado en bien de su redistribución social.
Un error frecuente al analizar el tema de la democracia y los procesos eleccionarios, es abstraer el ámbito local, nacional, del ámbito mundial donde está inserta tanto la economía como la vida espiritual, ahora cada vez más conformada por las galaxias mediáticas de enorme poder de seducción y deformación. Como si los procesos internos de un país pudieran realizarse como experimentos controlados de laboratorio.
Ese proceder deja fuera del análisis que el imaginario y la voluntad política de las poblaciones están cada vez más influidos por el ámbito mediático parcializado, intencionado y meticulosamente dirigido a receptores propicios a aceptar, o conformar, acríticamente sus mensajes. Una y otra vez está ocurriendo eso ante nuestros ojos, de forma cada vez más descarnada e incluso violando sus propias leyes. 
En las elecciones donde salen triunfantes en Nuestra América las derechas de estirpe cuasi fascistas o francamente neoliberales, a los votos naturales de las clases adineradas, la intelectualidad orgánica privilegiada, a los votos de la parte “aristocrática” de los trabajadores privilegiados, asimilados y cooptados por el sistema, se suman ahora, además, los votos de aquellos círculos de la población que han padecido directamente las consecuencias de gobiernos anteriores similares. 
Las causas son complejas y multifactoriales. Pero hay una que si no es fundamental está entre ellas: una tiene que ver con la doctrina del shock: crear un caos y después, los mismos responsables, erigirse en su remedio: gobiernos anteriores de las derechas, van creando las condiciones de los problemas sociales. Después, si sobreviene algún gobierno “progresista” esos problemas pueden agudizarse, también por propios errores, por ejemplo, la corrupción, entonces el “pueblo” vuelve a votar por aquellos candidatos que aprovechan la situación por ellos mismos creada para “resolver” los mismos problemas creados por quienes continuarán agravándolos, por ejemplo, el Macri de hoy…El ejemplo de hoy es Brasil y Argentina, y el Ecuador. Y así viene ocurriendo repetidamente en los últimos tiempos. 
Los que desean cambiar el modo cubano de implementar su propia concepción democrática y la función y carácter de su Partido, parecen estar ajenos a esos análisis. Imaginan que sobre Cuba, en condiciones futuras mucho más propicias, cuando lo han intentado en estas existentes una y otra vez, no emplearían todo ese arsenal.
Nuestra Constitución quiere atemperarse también simbólicamente a lo que en el mundo tiene aceptación mediática y política, para con ello levantarle menos dificultades, incluso diplomáticas, al socialismo. Para buscar aliados, para quitarles argumentos a los verdaderos enemigos. 
Pero quizás no deberíamos despojarnos de dos conceptos fundamentales y hacerlos, como siempre ha sido, como siempre hizo Fidel, respetar, pues la firmeza y la claridad de las convicciones siempre nos ha mantenido aquí contra todos los vientos adversos: el comunismo y la dictadura democrática, sí, democrática, de los trabajadores. El lenguaje “democrático” que pasa tabula rasa sobre los antagonismos clasistas y propone la pureza “histórica” de abstracciones, puede ser una bomba de tiempo. Debemos aprender, a tiempo, cómo desactivarla.

Nota: Recordemos que la “moderación” no casualmente se va adornando de esa especie de blandura que el Che diría que le provocaría náuseas si un día se descubría como moderado: hoy tenemos entre nosotros paladares tan delicados, a quienes cuatro gritos bien merecidos les parece mala educación ante la terrible mala “educación” de los que nos atacan con palabras bien educadas para después matarnos con ellas mismas.

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