Por
David Brooks/La Jornada
Casi todos hablan de cómo creían en la retórica oficial de su país,
en la misión de Estados Unidos como guardián mundial de la democracia,
como faro de esperanza libertador, como ejemplo para la humanidad.
Casi todos recuerdan que por eso se sumaron a las filas de agencias
de inteligencia, a las fuerzas armadas, al Departamento de Estado o a la
FBI. Y recuerdan cuando, con esa noble dedicación, denunciaron y
revelaron algo que parecía abuso, corrupción o violación de los ideales
tan repetidos por los representantes y líderes del país, y fueron
expulsados de sus mundos y algunos condenados por "traidores".
Siete de ellos han sido o están acusados por el gobierno de Barack
Obama según la Ley de Espionaje y otros por divulgar "secretos
oficiales" vía los medios de comunicación, más del doble de los casos
que todos los presidentes anteriores combinados. El gobierno afirma que
todos estos casos son estrictamente asuntos legales y no políticos, y
rechaza que los acusados sean "denunciantes" o "disidentes". Afirma que
son simples criminales que violaron no sólo las leyes, sino la
"confianza pública", en efecto, traidores.
Dos de ellos están en los titulares mundiales de la noticia: el
soldado Bradley Manning, cuyo consejo de guerra está por determinar su
condena penal por varios cargos, incluidos cinco según la Ley de
Espionaje; el otro, Edward Snowden, a quien se acaba de otorgar asilo
político en Rusia, por ahora ha logrado escapar de las autoridades
estadunidenses y de cargos por esa misma ley.
Entre los otros cinco denunciantes está Thomas Drake, analista de
alto rango de la NSA, quien expresó preocupaciones a sus superiores por
violaciones a la privacidad de estadunidenses por parte de la agencia, y
más tarde platicó con un reportero sobre abusos y prácticas de mala
administración en la NSA. A pesar de que el caso criminal en su contra,
de acuerdo con la Ley de Espionaje, se desestimó, sigue en la lista
negra, como todos los denunciantes que trabajan en inteligencia o
defensa, y con ello su carrera. El ex integrante de la fuerza aérea y
analista de la CIA ahora trabaja en una tienda de Apple.
John Kiriakou, ex agente de la CIA, fue condenado a dos años y medio
de cárcel por dar a periodistas, incluido uno del New York Times, los
nombres de dos ex colegas que habían empleado tácticas de tortura en
interrogatorios. Stephen Jin-Woo Kim, contratista del Departamento de
Estado, enfrentó cargos por filtrar información al periodista James
Rosen, de Fox News (quien después, se reveló, fue espiado por la FBI).
Shamai Leibowitz, ex traductor de la FBI, filtró a un bloguero que
promueve la paz entre Israel y Palestina transcripciones de
intervenciones telefónicas de la embajada de Israel en Washington sobre
esfuerzos para influir en la opinión pública estadunidens. Jeffrey
Sterling, ex agente de la CIA, se declaró no culpable de filtrar
información sobre planes estadunidenses de sabotaje de planta nucleares
de Irán a James Risen, del New York Times. Risen ha rehusado identificar
su fuente, y el gobierno de Obama ha logrado que un tribunal le ordene
hacerlo o enfrentará la cárcel.
Otros denunciantes a lo largo de las últimas décadas han enfrentado
graves consecuencias, sobre todo el fin de su carrera, aun en casos
donde las acusaciones legales en su contra fueron desestimadas. El más
famoso entre ellos, Daniel Ellsberg, quien filtró los Papeles del
Pentágono en 1971, afirma que la persecución de quien se atreva a
revelar secretos oficiales a la opinión pública es peor con Obama que en
tiempos de Richard Nixon.
Aunque las autoridades insisten en que sólo están aplicando la ley,
los críticos sospechan que más bien se trata de suprimir las libertades
de expresión y de prensa, y sobre todo la disidencia dentro de las filas
oficiales.
Muchos recuerdan que esta Ley de Espionaje fue empleada inicialmente
como arma política contra disidentes cuando fue promulgada en 1917,
cuando Estados Unidos entró a la Primera Guerra Mundial. Fue usada
contra socialistas, anarquistas y pacifistas que se oponían a la guerra,
entre ellos el líder y candidato presidencial socialista Eugene Debs
(quien pasó cinco años en la cárcel), líderes anarcosindicalistas del
gremio IWW, así como para deportar a Emma Goldman y cientos de
extranjeros más que criticaban la política bélica en ese tiempo.
Tal vez para algunos en el gobierno lo que más preocupa es que se
multipliquen expresiones como éstas, resultado de los "secretos"
revelados:
“He servido en el complejo militar industrial durante 10 años,
primero como soldado en Bagdad, y ahora como contratista de defensa.
Cuando ingresé, creía en la causa. Era ignorante, ingenuo y estaba
engañado. Se ha comprobado que la narrativa profesada por el Estado, de
la que hacen eco los medios establecidos, es falsa y criminal. Nos hemos
convertido en lo que pensaba que combatíamos. Recientes revelaciones de
valientes periodistas sobre crímenes de guerra, incluidas las guerras
sucias de contrainsurgencia, terrorismo por drones, la suspensión del
proceso debido, tortura, vigilancia masiva… han arrojado luz sobre la
verdadera naturaleza del gobierno estadunidense... Algunos dirán que
estoy haciendo algo irresponsable, impráctico e irracional. Otros dirán
que estoy loco. He llegado a creer que la verdadera locura es no hacer
nada. Mientras estemos sentados en la comodidad, ciegos ante las
injusticias del mundo, nada cambiará… Yo sólo era un soldado, y ahora
soy un administrador de bajo rango. Sin embargo, siempre he creído que
si cada soldado arrojara su rifle al suelo, se acabaría la guerra. Por
lo tanto, hoy arrojo el mío...” Esta es la carta de renuncia de Brandon
Toy, administrador de un proyecto de vehículos de combate artillados de
una división de General Dynamics, una de las principales contratistas
del Pentágono.
"Aquellos que pueden ceder una libertad esencial para obtener un poco
de seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad": Benjamin
Franklin.
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