Por Edmundo García
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Acaba de fallecer en Miami Enrique Ros, padre de la congresista cubanoamericana Ileana Ros-Lehtinen. Todo el mundo sabe cómo pensaba y se proyectaba en la vida Enrique Ros. Y todo el mundo sabe lo que yo pensaba de su actitud porque lo señalé en cada momento. Se conoce también todo lo que en materia de política anticubana significa la actuación de la congresista Ileana Ros-Lehtinen y cuánto debe esa proyección negativa a la influencia de su padre como mentor.
A pesar de todas las críticas que le hice a Enrique Ros en vida, yo a la persona cuando fallece le deseo honestamente que descanse en paz. Soy incapaz de verter críticas que ya no proceden, a no ser en casos muy extremos o como referencia histórica, como hice tras la muerte del terrorista Orlando Bosch. Yo lo sé dejar ahí. Enrique Ros fue a lo largo de su vida (murió de 89 años) un hombre que atacó permanentemente a la nación cubana, que estuvo detrás de las políticas más férreas contra el gobierno y el pueblo de Cuba, que se codeaba y tenía amistad con terroristas connotados (tanto él como su hija); a pesar de todo esto, yo les invito a que revisen la prensa cubana, tanto periódicos como blogs y páginas electrónicas, a ver si encuentran un mínimo festejo por su muerte. Simplemente no existe.
Lo que he dicho anteriormente sobre la no celebración de la muerte ajena entre buenos cubanos también ocurrió cuando el fallecimiento de Rafael Díaz-Balart, que fue una persona altamente tóxica con respecto a la revolución y su pueblo; y de Jorge Mas Canosa, creador de la Fundación Nacional Cubano Americana, cabildero por la firma de la Ley Helms-Burton y la creación de las mal llamadas Radio y Televisión Martí, así como financiero de terroristas como Luis Posada Carriles. A pesar de todo esto, tampoco hubo en Cuba un jolgorio por las muertes de Díaz-Balart o Mas Canosa.
En el momento fatal no hubo en la prensa ni en declaraciones de funcionarios cubanos ninguna expresión fuera de lugar. Solo silencio y discreción ante el dolor ajeno; como está ocurriendo hoy en Cuba con el caso de la muerte de Enrique Ros. Sabiendo, repito, que durante décadas Enrique Ros fue un enemigo no precisamente honorable (porque hay enemigos honorables) de la revolución, siendo autor de libros truculentos sobre nuestra historia. Más de dos decenas de títulos publicados le reconocen sus acólitos; miles de páginas tergiversando la verdad de la patria cubana, faltando a la objetivad, al balance y quedándose en pura propaganda.
En sus libros Enrique Ros difamó la memoria del Comandante Ernesto Che Guevara, calumnió el comportamiento de las tropas cubanas en la guerra de Angola, hizo el elogio de los desmanes de la contrarrevolución en el Escambray, no supo o no pudo entender el heroísmo del pueblo en la crisis de octubre donde toda Cuba estuvo dispuesta a llegar a lo máximo por la defensa de su soberanía, menoscabó el triunfo revolucionario frente a las tropas mercenarias que invadieron por Playa Girón, elogió la preparación desde Miami de actos terroristas contra Cuba, y mucho más. Así y todo, nadie ha hecho una fiesta en Cuba por su muerte, como sí hicieron en Miami el 31 de julio del año 2006, cuando se informó que Fidel sufría una enfermedad que le obligaba a distanciarse temporalmente de sus responsabilidades; o cuando recientemente se dio a conocer la muerte del Presidente Hugo Chávez, que se celebró en algunos círculos de Miami con champán, calificándose públicamente la pérdida como “un milagro divino para la democracia”. En programas de televisión de Miami se festejaron estas noticias adversas; en particular recuerdo que en el ya desaparecido programa “A Mano Limpia” del canal 41, su conductor Oscar Haza jugaba al magnicidio llamando irresponsablemente a la muerte “modificación de la salud”. La propia Ileana Ros-Lehtinen llegó a confesar que no tenía objeciones ante la eliminación física de Fidel, cosa de la que después se tuvo que retractar por la más simple norma de ética pública, tratándose de una legisladora federal. Los emigrantes cubanos residentes en Miami, patriotas y amantes de su país, expresaron rechazo al comportamiento de estos extremistas cubanoamericanos ante fenómenos tan respetablemente humanos como la muerte y las enfermedades. Resulta escandaloso que esa derecha cubanoamericana que goza con la desgracia de los otros se tenga a sí misma como católica. Católicos muy singulares esos personajes que solo creen en Dios los domingos cuando asisten a misa; sobre todo si hay alguna cámara de televisión presente.
El verdadero pueblo cubano, tanto en la isla como en Miami, tiene un comportamiento respetuoso. Es una línea de conducta mantenida durante todo el tiempo y enseñada por Fidel.
Por esas personas el pueblo cubano no siente odio; desprecio sí, pero no odio. Alegrarse de la muerte del enemigo político ignorando el dolor de los seres que le rodean, como se suele hacer en Miami, no está en la ética de la nación cubana. ¡Qué diferencia! ¡Qué diferencia, y lo remarco, entre el pueblo cubano y esta gente que se excita ante los huracanes que azotan a Cuba! ¡Qué diferencia entre los periodistas responsables y los difamadores que desde Miami reportan sobre el cólera en Bayamo o Manzanillo con morbo incontenible, que se sienten felices por accidentes y tragedias ocurridas a sus compatriotas! Una enorme y a veces creo que insuperable diferencia. Los vencidos y huidos de Cuba siempre están esperando que fuerzas mayores como la naturaleza y el gobierno norteamericano les ayuden a resolver lo que ellos son incapaces de lograr. Les viene bien lo mismo la muerte de un dirigente que un ciclón para soñar con el fin de la revolución cubana. Ese fin que han esperado por más de medio siglo no va a llegar. Y si sucediera, no va a suceder pero si sucediera, habría que ir de nuevo para las lomas de oriente porque un país como Cuba no puede caer en manos de gente como esa.
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