sábado, 4 de julio de 2009

Un golpe contra las honduras de América


Por Daynet Rodríguez

Desde el 20 de enero de 2009, cuando asumió el poder Barack Obama, nos estamos preguntando dónde están los cambios en la política exterior de EE.UU y en más de una ocasión hemos comprobado que se trata de palabras y maquillajes, más que de hechos; de dobles raseros más que de un cambio real. Alguien la llamó la "política de la doble vía" para el caso Irán y ahora los acontecimientos recientes vuelven a mostrar la misma tendencia. Con el golpe militar en el pequeño país centroamericano, Estados Unidos asume una pose pública condenatoria, pero es la mano que hiere las honduras de América para dejar claro los verdaderos derroteros de su política exterior en el continente. Más que una lección a la irreverencia de Honduras en la reunión de la OEA -que dejó sin efecto la condena a Cuba- y más allá de los posibles ajustes de cuentas a un Mel Zelaya con políticas de acercamiento a las mayorías, se trata de un golpe al ALBA y una cruel advertencia de que la Doctrina Monroe tiene hoy más vigencia que nunca.
La trama ha sido muy bien preparada de manera tal que parezca un conflicto interno, pero poco a poco los detalles salen a la luz: la injerencia del embajador norteamericano, presente en las reuniones que durante un mes discutieron los pormenores de la acción, la base de Soto Cano como centro de los golpistas, la USAID detrás de la subversión, la retirada de la ayuda militar pero no del embajador. Y los antecedentes históricos están ahí, a la vista de todos: Honduras, que nunca sufrió una guerra civil, sí fue un tradicional frente de la CIA en los conflictos civiles de Nicaragua, El Salvador, Guatemala, y un teatro de entrenamiento para el terrorismo contra Cuba.
La soberbia de los golpistas es otro indicador que ya un colega denunciaba en días atrás. Han desoido a la comunidad internacional, a la ONU, al SICA, a instituciones de derechos humanos. ¿Cuál será su límite? El que haya determinado el imperio porque tanta rebeldía es inadmisible sin su consentimiento. Por eso no debe asombrar el rechazo al ultimatum de la OEA, anunciado la víspera. Es otro mandato, porque en definitiva la organización ya no es un claro instrumento para las políticas de chantaje y condena a naciones de la región. Es un escenario que nuestros pueblos ganaron a base de presión y unidad y que no han dejado prestar al encubrimiento. El comunicado de los golpistas lo dice claramente: "la OEA en su comportamiento ha variado sus fines y principios en los últimos meses, al menos en lo concerniente al tratamiento que una asamblea general especial está dando a un Estado soberano, en el que se pretende imponer resoluciones unilaterales indignas". Y no descarto que el final esté en una nueva guerra fatricida; la máxima de divide y vencerás nunca ha fallado.
Al mismo tiempo, el golpe me parece una inédita expresión de impotencia. Ante el empuje del ALBA con sus proyectos de integración y solidaridad no les ha quedado otra alternativa que violentar súbitamente "las leyes de la democracia". Es un costo político grande: por mucho que Obama con sus tibias palabras de condena y su pose compungida, haya intentado convencer de la inocencia de su gobierno, a los ojos de la comunidad internacional la imagen de EE.UU se ha resquebrajado otra vez, después de meses de intenso maquillaje. Pero creo que están dispuestos a pagar el precio. Una América rebelde y revuelta se les va de las manos, y esa amenaza es mucho mayor.

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