Por Jorge Ángel Hernández
Si usted ha decidido informarse de la situación en Honduras por el diario El País, quedará convencido de que, aunque es un golpe de estado lo ocurrido, el acto, no pasa en puridad de un sorpresivo ejercicio arbitrario del derecho. O un mal momento de díscolos sanguíneos defensores de la ley. La encuesta defendida por el presidente constitucional hondureño, José Manuel Zelaya Rosales, no se refleja como lo que en sí misma es: una encuesta que pueda reflejar, de modo científico, sobre la base de las urnas, es decir sobre el paradigma de la democracia, la opinión popular; es, sin más y adivinando un posterior proceso, una “consulta reeleccionista” que su propio editorial del 29 de junio considera violatoria de la legalidad. Curiosamente, la ley que declara ilegal a la encuesta, mediante la cuarta urna no obligatoria y no vinculante, fue redactada ad hoc, es decir, utilizando las facultades conferidas al poder judicial para imponer una opinión política sobre la base de una presunta consecuencia y no, como se hace creer, sobre hechos consumados, por tanto en ese caso sí, ilegalmente. Por dondequiera que entres, tanto la impunidad como el cinismo hieden.
El periodista Pascual Serrano, con su habitual inmediatez, fue el primero en revelar estas burdas maniobras informáticas en las que El País se complace sin rubor, al publicar su trabajo «Un editorial que parece que condena un golpe». Luego, Patricia Rivas, en su profesional y equilibrado artículo «Honduras: Al diario “El País” se le sale el golpismo», compara el tratamiento dado al editorial del 13 de abril de 2002, relativo al golpe ocurrido en Venezuela,[1] con el que dedican al perpetrado en Honduras durante la madrugada del 28 de junio de 2009,[2] y demuestra que las diferencias formales no lastran la coincidencia política-ideológica. El doble sentido comunicacional de connivencia con los golpistas está evidentemente manejado, no sólo en la edición de facto, sino además en las previas y, para no ser incoherentes, en las posteriores.[3] También el ensayista Enrique Ubieta, en su blog y sobre todo en su reciente «¡Viva la democracia!», revela el procedimiento de connivencia, colocación y asentamiento que la CNN ha desplegado para anular las continuas e imprescindibles condenas al golpismo.
La edición de este primero de julio de El País reafirma el objetivo.
El reportaje del enviado especial a Tegucigalpa, Pablo Ordaz, cuyo título «Si Zelaya regresa a Tegucigalpa será detenido» aparece precedido del definidor cintillo «ROBERTO MICHELETTI Nuevo presidente hondureño», convierte en agua de borrajas a las condenas y resoluciones de organismos y gobiernos internacionales. Es un hecho que Honduras tiene un “nuevo presidente” y que el legítimo será arrestado si comete la locura de volver. En la visión del reportero, por demás, el acto en la plaza, frente a la estatua de Morazán, manifiesta de manera explícita que los golpistas, aun a pesar de lo reprochable del procedimiento, cuentan con la mayoría por lo que, es obvio, quedarán disculpados. No importa que sea incoherente, contradictorio en sí mismo, que en ese caso no debieron temerle a la consulta popular, pues esas mayorías, por el hecho de serlo y de votar, ganarían inobjetablemente en las urnas; no importa que el ejército haya cerrado a los manifestantes el acceso a la capital ni que los repriman con gases y agresiones físicas e incluso los persigan hasta los hospitales, una vez heridos; ni importa, ¡qué cinismo!, que medios alternativos o de contraria opinión pública hayan sido cortados, censurados, agredidos, vejados por las fuerzas golpistas.
¿No es para preguntarse por qué el enviado especial, supongo que un profesional del periodismo que bien domine sus técnicas, nada nos dice acerca de qué piensa el usurpador de la falsa carta de renuncia que usó para juramentarse como presidente? Tiene ahí una ilegalidad difícil de justificar, delito que, en otros infractores, su información no pasaría por alto. En caso análogo, aunque en inversa dirección ideológica, podía quedar en riesgo inminente de despido por sólo olvidar formularle la pregunta. Incluso podía habérselas arreglado para dejarle ver que se inclinaba a creerle, respecto al carácter apócrifo de la carta, más a él que a Zelaya. ¿Será que también hay peligro de despido si salta la barrera y fuerza al señor Roberto Micheletti a ofrecer al menos una aproximación de su criterio? Pero la dirección del diario español, propiedad de la expansiva multinacional PRISA, prefiere sacrificar el profesionalismo antes que poner en bancarrota sus preceptos ideológicos. Con que el golpe aguante, basta. Luego a confiar en la desidia y el olvido cargante que en medio de la crisis pudieran insertarse. El “presidente” golpista no sólo demuestra su incontinencia de carácter airado sino además su absoluta falta de tacto al advertirle al mismo periodista que el embajador de los Estados Unidos había participado en los intentos de disuadir al presidente Zelaya de establecer la consulta, algo que se había denunciado antes de las elecciones y que de pronto no aparece como demasiado “vinculante” en los reportes de prensa dado que Obama ha condenado, como corresponde, el golpe. La crónica de El País “cumple” con su deber informativo apenas añadiendo que una colaboradora le tira de la manga sin que él demuestre reparar en ello.
La intención es tan marcada, que la inmediata encuesta de El País, formulada bajo la pregunta “¿Debería intervenir la comunidad internacional para neutralizar el golpe de Estado en Honduras?”, no se limita a colocar Sí o No en las posibles respuestas, sino que añade “es una cuestión interna” a la casilla No. ¿Son tontos los tíos y tías de El País?, se preguntan algunos ante la cabalgante falta de profesionalidad. Y no lo son ni un ápice. Mire usted que aparece, junto a este reportaje, un dolido artículo de Jorge Volpi, un escritor de obra, respetado, en el que, mediante “la variable dictatorial de Castro” y la forzosa descalificación abstrusa del chavismo, asume LA TRIBUNA del diario e intenta cancelar la posibilidad del legado de Bolívar.[4]
No pueden esconderse a estas alturas los costurones de la desesperada campaña. El proyecto de integración, que se suponía derrotado para siempre, resurge antes de que estén en condiciones para detenerlo. Una vez entendido el método jurídico, la hegemonía sobre la propia democracia representativa hace aguas, y se perfila posible que las masas se expresen y que voten. La inmensa mayoría de las consultas populares, que en este siglo XXI se han llevado a cabo bajo campañas de descrédito, golpes bajos y acciones terroristas, han demostrado el rumbo de la expresión y el deseo popular. Lo que preocupa en verdad es que la historia marca un curso diferente; el pánico cunde a partir de que se va demostrando que las transformaciones sociales pueden progresar compulsadas desde el propio ejercicio de la democracia representativa (algo que en momentos anteriores de la historia hubiéramos considerado utópico) y que la fórmula, si se entiende según las condiciones específicas para cada nación, según los requisitos de las fuerzas en marcha, puede dar frutos de avance a un socialismo ganado por las urnas. De ese modo lo ven con claridad, de ahí que en Honduras se reaccione contra una simple consulta, colgándose de la brocha satánica de un chavismo que ellos mismos diseñan, manipulándolo sobre sucios y espurios métodos, ajenos sin remedio a los más tímidos atisbos de la ética.
Los fines de El País no se vislumbran, pues, en el ejercicio democrático de los poderes del estado ni, mucho menos, en el libre y democrático ejercicio de la información y la opinión de prensa, sino en la hegemonía neopanglosiana que impone como el menor de los males posibles, casi un don, el dominio de las oligarquías financieras, el vertical consenso de la opinión pública a partir de constructos ideológicos cerrados, excluyentes, predeterminados por el neoliberalismo empresarial. Si las mayorías opinan diferente, El País justifica que se les aplaste, se les reprima y se les masacre, como en el caso de Honduras con las Fuerzas Armadas, la Policía y el “airado” Micheletti, cuyo único defecto parece ser su tendencia al exabrupto ante la prensa. Y si las minorías opinan como al diario le place, como se puede apreciar en su incansable y ya cansina campaña de oposición política contra el gobierno bolivariano que preside Hugo Chávez, entonces sí se justifica el despliegue publicitario, la omisión, la manipulación ideológica, la tergiversación de sucesos y hasta la mentira flagrante, por delito que fuese en otros casos. No sólo justifican, sino además conducen el futuro del golpe, con el golpista de turno, o con otro que venga a “suavizar” el paño, pues los medios van bien si con los fines serán reconciliados.
No estamos en presencia, entonces, de un ortodoxo ejercicio de manual establecido por la Escuela de las Américas, sino de un nuevo giro en el que la cadena de sucesos reinstaura la pátina de sus eslabones, aprovechando que el nivel de organización y despliegue de los movimientos populares hondureños es aún limitado, tanto en organización como en recursos, y, sobre todo, omitiendo detalles importantes que puedan subvertir las conclusiones ya marcadas por los objetivos, esos sí, aún procedentes del manual. En los reportes de prensa de medios como la CNN o El País, concentrados en garantizar su hegemonía (algo que también ha empezado a sacudirse con alternativas), el camino trazado al objetivo se cumple estrictamente, pues, como bien lo saben, está en juego el futuro de América Latina y, con interpretación explícita que no pueden eludir, el propio ejercicio de su hegemonía corporativa.
[1] «Golpe a un caudillo», http://www.elpais.com/articulo/opinion/Golpe/caudillo/elpepiopi/20020413elpepiopi_2/Tes
[2] «La vuelta del golpe», http://www.elpais.com/articulo/opinion/vuelta/golpe/elpepuopi/20090629elpepiopi_1/Tes
[3] Aunque en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua puede leerse: “1. m. desus. El hecho, en contraste con el dicho o con lo pensado. 2. m. desus. Negocio, provecho”, cualquier inclinación del sentido semiótico es, obviamente, una intención que el autor prefiere hacer explícita y no dejarla sólo en la ironía semántica.
[4] Aunque el artículo de Volpi, «La pesadilla de Bolívar», es refutable en la inmensa mayoría de sus puntos, no va en este momento de propósito.
Si usted ha decidido informarse de la situación en Honduras por el diario El País, quedará convencido de que, aunque es un golpe de estado lo ocurrido, el acto, no pasa en puridad de un sorpresivo ejercicio arbitrario del derecho. O un mal momento de díscolos sanguíneos defensores de la ley. La encuesta defendida por el presidente constitucional hondureño, José Manuel Zelaya Rosales, no se refleja como lo que en sí misma es: una encuesta que pueda reflejar, de modo científico, sobre la base de las urnas, es decir sobre el paradigma de la democracia, la opinión popular; es, sin más y adivinando un posterior proceso, una “consulta reeleccionista” que su propio editorial del 29 de junio considera violatoria de la legalidad. Curiosamente, la ley que declara ilegal a la encuesta, mediante la cuarta urna no obligatoria y no vinculante, fue redactada ad hoc, es decir, utilizando las facultades conferidas al poder judicial para imponer una opinión política sobre la base de una presunta consecuencia y no, como se hace creer, sobre hechos consumados, por tanto en ese caso sí, ilegalmente. Por dondequiera que entres, tanto la impunidad como el cinismo hieden.
El periodista Pascual Serrano, con su habitual inmediatez, fue el primero en revelar estas burdas maniobras informáticas en las que El País se complace sin rubor, al publicar su trabajo «Un editorial que parece que condena un golpe». Luego, Patricia Rivas, en su profesional y equilibrado artículo «Honduras: Al diario “El País” se le sale el golpismo», compara el tratamiento dado al editorial del 13 de abril de 2002, relativo al golpe ocurrido en Venezuela,[1] con el que dedican al perpetrado en Honduras durante la madrugada del 28 de junio de 2009,[2] y demuestra que las diferencias formales no lastran la coincidencia política-ideológica. El doble sentido comunicacional de connivencia con los golpistas está evidentemente manejado, no sólo en la edición de facto, sino además en las previas y, para no ser incoherentes, en las posteriores.[3] También el ensayista Enrique Ubieta, en su blog y sobre todo en su reciente «¡Viva la democracia!», revela el procedimiento de connivencia, colocación y asentamiento que la CNN ha desplegado para anular las continuas e imprescindibles condenas al golpismo.
La edición de este primero de julio de El País reafirma el objetivo.
El reportaje del enviado especial a Tegucigalpa, Pablo Ordaz, cuyo título «Si Zelaya regresa a Tegucigalpa será detenido» aparece precedido del definidor cintillo «ROBERTO MICHELETTI Nuevo presidente hondureño», convierte en agua de borrajas a las condenas y resoluciones de organismos y gobiernos internacionales. Es un hecho que Honduras tiene un “nuevo presidente” y que el legítimo será arrestado si comete la locura de volver. En la visión del reportero, por demás, el acto en la plaza, frente a la estatua de Morazán, manifiesta de manera explícita que los golpistas, aun a pesar de lo reprochable del procedimiento, cuentan con la mayoría por lo que, es obvio, quedarán disculpados. No importa que sea incoherente, contradictorio en sí mismo, que en ese caso no debieron temerle a la consulta popular, pues esas mayorías, por el hecho de serlo y de votar, ganarían inobjetablemente en las urnas; no importa que el ejército haya cerrado a los manifestantes el acceso a la capital ni que los repriman con gases y agresiones físicas e incluso los persigan hasta los hospitales, una vez heridos; ni importa, ¡qué cinismo!, que medios alternativos o de contraria opinión pública hayan sido cortados, censurados, agredidos, vejados por las fuerzas golpistas.
¿No es para preguntarse por qué el enviado especial, supongo que un profesional del periodismo que bien domine sus técnicas, nada nos dice acerca de qué piensa el usurpador de la falsa carta de renuncia que usó para juramentarse como presidente? Tiene ahí una ilegalidad difícil de justificar, delito que, en otros infractores, su información no pasaría por alto. En caso análogo, aunque en inversa dirección ideológica, podía quedar en riesgo inminente de despido por sólo olvidar formularle la pregunta. Incluso podía habérselas arreglado para dejarle ver que se inclinaba a creerle, respecto al carácter apócrifo de la carta, más a él que a Zelaya. ¿Será que también hay peligro de despido si salta la barrera y fuerza al señor Roberto Micheletti a ofrecer al menos una aproximación de su criterio? Pero la dirección del diario español, propiedad de la expansiva multinacional PRISA, prefiere sacrificar el profesionalismo antes que poner en bancarrota sus preceptos ideológicos. Con que el golpe aguante, basta. Luego a confiar en la desidia y el olvido cargante que en medio de la crisis pudieran insertarse. El “presidente” golpista no sólo demuestra su incontinencia de carácter airado sino además su absoluta falta de tacto al advertirle al mismo periodista que el embajador de los Estados Unidos había participado en los intentos de disuadir al presidente Zelaya de establecer la consulta, algo que se había denunciado antes de las elecciones y que de pronto no aparece como demasiado “vinculante” en los reportes de prensa dado que Obama ha condenado, como corresponde, el golpe. La crónica de El País “cumple” con su deber informativo apenas añadiendo que una colaboradora le tira de la manga sin que él demuestre reparar en ello.
La intención es tan marcada, que la inmediata encuesta de El País, formulada bajo la pregunta “¿Debería intervenir la comunidad internacional para neutralizar el golpe de Estado en Honduras?”, no se limita a colocar Sí o No en las posibles respuestas, sino que añade “es una cuestión interna” a la casilla No. ¿Son tontos los tíos y tías de El País?, se preguntan algunos ante la cabalgante falta de profesionalidad. Y no lo son ni un ápice. Mire usted que aparece, junto a este reportaje, un dolido artículo de Jorge Volpi, un escritor de obra, respetado, en el que, mediante “la variable dictatorial de Castro” y la forzosa descalificación abstrusa del chavismo, asume LA TRIBUNA del diario e intenta cancelar la posibilidad del legado de Bolívar.[4]
No pueden esconderse a estas alturas los costurones de la desesperada campaña. El proyecto de integración, que se suponía derrotado para siempre, resurge antes de que estén en condiciones para detenerlo. Una vez entendido el método jurídico, la hegemonía sobre la propia democracia representativa hace aguas, y se perfila posible que las masas se expresen y que voten. La inmensa mayoría de las consultas populares, que en este siglo XXI se han llevado a cabo bajo campañas de descrédito, golpes bajos y acciones terroristas, han demostrado el rumbo de la expresión y el deseo popular. Lo que preocupa en verdad es que la historia marca un curso diferente; el pánico cunde a partir de que se va demostrando que las transformaciones sociales pueden progresar compulsadas desde el propio ejercicio de la democracia representativa (algo que en momentos anteriores de la historia hubiéramos considerado utópico) y que la fórmula, si se entiende según las condiciones específicas para cada nación, según los requisitos de las fuerzas en marcha, puede dar frutos de avance a un socialismo ganado por las urnas. De ese modo lo ven con claridad, de ahí que en Honduras se reaccione contra una simple consulta, colgándose de la brocha satánica de un chavismo que ellos mismos diseñan, manipulándolo sobre sucios y espurios métodos, ajenos sin remedio a los más tímidos atisbos de la ética.
Los fines de El País no se vislumbran, pues, en el ejercicio democrático de los poderes del estado ni, mucho menos, en el libre y democrático ejercicio de la información y la opinión de prensa, sino en la hegemonía neopanglosiana que impone como el menor de los males posibles, casi un don, el dominio de las oligarquías financieras, el vertical consenso de la opinión pública a partir de constructos ideológicos cerrados, excluyentes, predeterminados por el neoliberalismo empresarial. Si las mayorías opinan diferente, El País justifica que se les aplaste, se les reprima y se les masacre, como en el caso de Honduras con las Fuerzas Armadas, la Policía y el “airado” Micheletti, cuyo único defecto parece ser su tendencia al exabrupto ante la prensa. Y si las minorías opinan como al diario le place, como se puede apreciar en su incansable y ya cansina campaña de oposición política contra el gobierno bolivariano que preside Hugo Chávez, entonces sí se justifica el despliegue publicitario, la omisión, la manipulación ideológica, la tergiversación de sucesos y hasta la mentira flagrante, por delito que fuese en otros casos. No sólo justifican, sino además conducen el futuro del golpe, con el golpista de turno, o con otro que venga a “suavizar” el paño, pues los medios van bien si con los fines serán reconciliados.
No estamos en presencia, entonces, de un ortodoxo ejercicio de manual establecido por la Escuela de las Américas, sino de un nuevo giro en el que la cadena de sucesos reinstaura la pátina de sus eslabones, aprovechando que el nivel de organización y despliegue de los movimientos populares hondureños es aún limitado, tanto en organización como en recursos, y, sobre todo, omitiendo detalles importantes que puedan subvertir las conclusiones ya marcadas por los objetivos, esos sí, aún procedentes del manual. En los reportes de prensa de medios como la CNN o El País, concentrados en garantizar su hegemonía (algo que también ha empezado a sacudirse con alternativas), el camino trazado al objetivo se cumple estrictamente, pues, como bien lo saben, está en juego el futuro de América Latina y, con interpretación explícita que no pueden eludir, el propio ejercicio de su hegemonía corporativa.
[1] «Golpe a un caudillo», http://www.elpais.com/articulo/opinion/Golpe/caudillo/elpepiopi/20020413elpepiopi_2/Tes
[2] «La vuelta del golpe», http://www.elpais.com/articulo/opinion/vuelta/golpe/elpepuopi/20090629elpepiopi_1/Tes
[3] Aunque en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua puede leerse: “1. m. desus. El hecho, en contraste con el dicho o con lo pensado. 2. m. desus. Negocio, provecho”, cualquier inclinación del sentido semiótico es, obviamente, una intención que el autor prefiere hacer explícita y no dejarla sólo en la ironía semántica.
[4] Aunque el artículo de Volpi, «La pesadilla de Bolívar», es refutable en la inmensa mayoría de sus puntos, no va en este momento de propósito.
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