Al centro, Carlos Manuel Álvarez, el presunto agente transmisor de la COVID en San Isidro. |
Por M. H. Lagarde
Increíble pero
cierto: Carlos Manuel Álvarez, el alguna vez talentoso muchacho que a fuerza de
denigrar a gente que lo sobrepasa mil veces en ética, talento y coraje, como
Roberto Fernández Retamar y el Comandante Che Guevara, ha atravesado, con una
facilidad que lo pone en duda, “el cerco de la brutal represión de la
dictadura cubana” y se encuentra junto a los juerguistas de San Isidro para,
con sus dotes de escritor de ficción, vender al mundo el
storytelling de los nuevos mártires del dólar yanqui en Cuba.
No hace mucho, con esa fidelidad a lo
sucedido que le caracteriza, Álvarez publicó en The New York Times su
versión manipulada de un hecho doloroso pero excepcional que se pretendió
utilizar como fracasado pretexto para recrudecer aún más la política
estadounidense contra Cuba, justo después que el Presidente Trump había prometido en Miami “vamos a luchar por nuestros amigos
de Cuba”. En el Times, el golden boy invocó a los
familiares de una persona fallecida, ocultando que su madre -¿hay familiar más
cercano?- había denunciado la manipulación mediática de esa muerte y su
confianza en las autoridades cubanas y la investigación de los hechos. Para
colmo, Álvarez ilustraba su artículo con una borrosa imagen de la agencia
Reuters con un pie de foto: “Agentes de seguridad de La Habana vigilan las
calles de la capital de Cuba en junio de 2020” aparecida originalmente en el
diario argentino Clarín ilustrando un artículo titulado “La gigantesca nube de
polvo del Sahara provoca olas de calor, intoxica el aire y ya llegó a Miami” y
con el pie de foto “El Morro Cabaña, en La Habana, entre penumbras.” Cualquiera
que conozca la capital cubana sabe que Morro y Cabaña no son “calles de La
Habana” sino dos centenarias fortalezas coloniales donde no vive nadie ni hay
calles que vigilar, de hecho lo que aparece en la foto es una plazoleta
frente al mar, no calles, pero son cosas que pasan cuando -como en el caso de
Álvarez la ficción ocupa el lugar del periodismo.
FOTO1: Detalle de comentario en The New York Times el 13 de julio de 2020. Pie de foto: Agentes de seguridad de La Habana vigilan las calles de la capital de Cuba en junio de 2020.Credit…Alexandre Meneghini/Reuters
FOTO2: Detalle de reportaje sobre el polvo del Sahara en el Caribe del periódico argentino Clarín el 25 de junio de 2020. Pie de foto: “El Morro Cabaña”, en La Habana, entre penumbras. / Reuters
Ahora, en un nuevo capítulo de su viaje
infinito hacia la infamia, Álvarez desembarca en La Habana para, a sueldo de The Washington Post, dar ropaje literario -en definitiva lo suyo es la ficción- a
la sordidez y grosería evidentes de una conjura destinada a dañar cualquier
cambio en las relaciones ente Estados Unidos y Cuba. Al ir directo del
aeropuerto al lugar del show del llamado “Movimiento San Isidro”, cuyos
vínculos con terroristas asentados en Miami han salido a la luz recientemente,
lo hace violando las regulaciones sanitarias que lo obligarían a permanecer
aislado hasta conocer los resultados de las pruebas PCR para viajeros
internacionales y pone en peligro la salud de los habitantes de esa comunidad,
un gravísimo riesgo al provenir de un país con altísimos niveles de contagio de
la Covid-19.
Está por demostrar si tantos premios y
contratos para Álvarez se deben a su talento para contar mentiras -eso es la
ficción- o a su lealtad a las campañas mediáticas contra su país de origen,
pero para lo que sí tiene indiscutible talento este aspirante a agente
transmisor de la Covid-19 es para los financiamientos. Sus éxitos
literarios palidecen al lado de la negociación del contrato de la revista El
Estornudo a través de Aimel Ríos Wong con el programa Cuba de la National
Endownment for Democracy -pantalla de la CIA hasta para el mismo
New York Times- del que sacó una importante tajada y a lo que si no fuera
suficiente sumó otro con la Open Society del magnate George Soros, ambos
financiamientos reconocidos en las propias páginas de la revista.
Ya era triste que Carlos Manuel Álvarez
abandonara la floritura estilística con que lo fabricaron para ponerse al servicio
de lo peor de la propaganda que justifica la guerra económica contra su
país. Pero más triste es que, a cambio de un puñado de dólares, se convierta en
un delincuente epidemiológico y ponga en riesgo la salud de aquellos a quienes
dice querer ayudar y a los miles de personas que viven en ese populoso barrio
habanero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario