En el caso cubano, la emigración contemporánea ―digamos desde el triunfo de la Revolución hasta la fecha― está íntimamente relacionada con la política llevada a cabo por Estados Unidos contra la Isla. Concebida para drenar a Cuba de su capital humano, desarticular la estructura social y crear en el exterior las bases sociales de un movimiento contrarrevolucionario que no tenía asidero dentro del país, la emigración cubana ha cumplido una función contrarrevolucionaria, que explica tanto el trato excepcional recibido por el gobierno norteamericano, como la política cubana frente a la misma.
Bajo la presión estadounidense, buena parte del resto del mundo se sumó a esta estrategia, convirtiendo a cualquier emigrante procedente de Cuba en un refugiado político, lo que posibilita el asilo automático de todo aquel que lo solicite. De esta manera, aunque por razones nada humanitarias, los emigrados cubanos son las únicas personas en el mundo para los que no aplica la figura del inmigrante ilegal y ello, junto con la calidad de estos inmigrantes, hay que agradecérselo también a la Revolución.
Inserta en el conflicto entre los dos países, la política migratoria cubana ha tenido un carácter esencialmente defensivo que, aunque con matices determinados por las coyunturas, ha partido de premisas hasta ahora vigentes; a saber, la emigración no es conveniente para el país, por lo que limitarla constituye un acto legítimo de defensa y, aunque parezca contradictorio, una vez que la persona emigra, es preferible que no regrese, sobre todo de manera definitiva.
El conflicto político también ha limitado el contacto natural entre los emigrados y la sociedad cubana, aunque vale decir que han sido los grupos contrarrevolucionarios y el gobierno norteamericano los principales responsables de esta situación. La verdad es que el bloqueo y el resto de las agresiones de Estados Unidos contra Cuba, impide las relaciones normales entre los dos países y los emigrados cubanos están incluidos en esta lógica.› Leer Más
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