Por M. H. Lagarde
Después de que sus augurios sobre los destructivos efectos que la pandemia del Covid-19 desataría en la Isla se evanescieran en el aire ante una incuestionable realidad, al contrario de lo que ha ocurrido en países que suelen ser paradigmas del "desarrollo" y la "democracia", y lo sucedido en Cuba reniega de sus apocalípticos pronósticos, los mercenarios de las redes han perdido la compostura.
Sin argumentos para enturbiar la prestancia y la efectividad del sistema de salud cubano, cuyos servicios para enfrentar la pandemia han sido solicitados, además, por una veintena de países, solo les ha quedado como recurso el pataleo mediático, estrategia que consiste, en el mejor de los casos, en desvirtuar y manipular, a cualquier precio, toda idea que contradiga los deseos de su sinrazón; y en el peor, en satanizar con una ola de insultos personales de la más baja calaña al emisor del mensaje.
Ilustro lo anterior con algunos ejemplos recientes. Si alguien publica que el accionar de los mercenarios es casi siempre "el mismo: manipular descaradamente una de las principales demandas de la población que el Gobierno, por razones económicas, no puede sastisfacer en su totalidad, en primer lugar, por el férreo bloqueo que nos imponen los mismos que sufragan sus "humanitarias" acciones", allá sale la jauría, disfrazada de pueblo, a decir que el articulista llamó también mercenarios a los descaradamente manipulados por sus troles.
Si el Presidente de la república dice durante una reunión que «Hay un enjambre anexionista en redes sociales tratando de sembrar incertidumbre y pánico… Cuba dispone de una poderosa red de medios públicos y de comunicación social que han demostrado profesionalidad, pasión y consagración absoluta al oficio de informar», allá van los mercenarios, algunos de ellos hasta con doctorados, a escribir largos ensayos sobre la historia del anexionismo o a sentenciar que tal palabra está nada menos que mal usada porque, al parecer, según ellos, comulgar con la política de la nación que desde los inicios del siglo XIX intenta apoderarse de Cuba, es un acto de patriotismo.
Un ejemplo aún más reciente: si al articulista descubre que, como suele ocurrir en muchas partes del mundo, la práctica del llamado «periodismo independiente», al servicio de una potencia extranjera, puede tener sus consecuencias legales, allá van otra vez los mercenarios y sus rayadillos de las redes a romperse la camisa, poner el grito en el cielo y tratar de responder, con vulgares injurias a sus familiares, los argumentos del adversario.
Sobre este accionar se ha escrito mucho por estos días en la prensa cubana. Una citada mirada sobre el tema fue la de la poetisa cubana Teresa Melo, quien, en un texto publicado en el periódico Granma, que también desató la ira de nuestros "patrióticos" anexionistas, señaló:
"Desde perfiles reales o falsos, sitios-basura anticubanos, “prensa libre” cautiva, leemos por minuto: ataques personales de descrédito con la más baja hechura a cualquiera que emita un criterio favorable a nuestro país; testimonios que repiten testimonios como si fueran propios; análisis sobre Cuba donde falta Cuba; frasecitas pomposas de quienes siempre nos criticaron por “pobres” y ahora nos exigen como “ricos”…
La desesperación que provoca su ataque de nervios hasta cierto punto es comprensible: si Trump —como esperan sus amos de la mafia anticubana de Miami— no sale reelecto, puede que nuestros fracasados mercenarios pasen a formar parte de los ya no se sabe cuántos millones de desempleados que ha dejado la Covid-19 en EE.UU.
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