Rescatistas cubanos durante las inundaciones del huracán Irma |
Por Michel E. Torres Corona
Septiembre fue un mes difícil para Cuba, signado por el paso del ciclón más poderoso formado en el Atlántico: Irma, un coloso huracanado de lluvia, viento y marejada. La Defensa Civil, veterana de mil batallas frente a la Madre Naturaleza, tomó, de conjunto con las máximas autoridades del país, todas las medidas para asegurar un mínimo de daños materiales y salvaguardar la vida humana. No se logró: Irma dejó un saldo de diez fallecidos y cuantiosos destrozos, a todo lo largo y (poco) ancho de nuestra isla. Imágenes sobran en la prensa escrita y digital.
Sin embargo, ni siquiera un fenómeno natural de este tipo, ajeno por completo a las veleidades humanas, se escapa de tergiversaciones y manipulaciones con fines políticos. Aun cuando Irma azotó en su paso a Antigua y Barbuda (Barbuda llegó a declararse inhabitable), Puerto Rico y la Florida, el impacto mediático del paso del huracán por el territorio cubano no tuvo paralelo. Y es válido decir que el ánimo de tal cobertura fue, muchas veces, malsano.
Cuando numerosas publicaciones exaltaban la solidaridad de la comunidad cubana en la Florida, o la maravillosa preparación de las autoridades a la hora de dar refugio o ir al rescate de personas en peligro en cualquier latitud azotada por Irma, un buen número de notas (sobre todo, en los sitios destinados a la guerra mediática contra Cuba) se hacían eco de una campaña difamatoria que se propuso atacar la respuesta del gobierno cubano ante el embate del ciclón y las medidas adoptadas para la recuperación.
Se obviaban los fallecidos en otras latitudes, y se hacía hincapié en los decesos de cubanos, con enfoques que iban desde la caracterización de individuos en pobreza extrema y sin amparo ninguno por parte del Estado cubano, que morían por sus paupérrimas condiciones de existencia y no por fuerza de viento alguna; hasta la pasmosa injuria de acusar a los rescatistas y bomberos de no acudir a llamados de emergencia.
Cuando se lanzaban mensajes de optimismo, de fe en la recuperación para las demás islas caribeñas o para el territorio estadounidense afectado, estas parecían trastocarse en cuanto se dirigían hacia las costas cubanas: aparecía entonces un paparazzi con su móvil en mano, entrevistando dos o tres personas de la Centro Habana más golpeada; una crónica sobre la desesperanza en la población, que súbitamente había perdido la confianza en las instituciones públicas del Estado cubano; un reportaje sobre como la culpa de Irma y de toda su devastación no debía recaer en un centro de baja presión atmosférica, sino en la administración pública socialista y en la ineficiencia del aparato estatal.
Cuando se habla, en ocasiones con soberana ingenuidad, de las bondades de Internet y de cómo los blogs vienen a ser paladines de las libertades de prensa y expresión, muchas veces se obvia que numerosos de estos sitios (si no todos) obedecen a una política editorial, dictada por el bolsillo que financia todos sus propósitos. El que paga tiene intereses particulares (políticos, económicos, de esencia clasista) y esos intereses condicionan siempre la redacción de cualquier medio de prensa. Los medios “alternativos” que pululan en el ciberespacio no son una excepción.
Por ello, cuando muchos de estos blogueros y periodistas “independientes” se alzan con la bandera de la libertad y del profesionalismo, con el pundonoroso estandarte de la objetividad periodística y la verdad más preclara, uno pudiera ponerse a pensar en los miles de linieros que estuvieron semanas, noche tras noche, trepados en un poste, trabajando incansablemente para reestablecer el servicio eléctrico; o en las brigadas que con picos y palas sostuvieron las labores de recuperación en las termoeléctricas; o en los muchachos y muchachas de las FAR, que apenas unas horas después del paso de Irma transitaban por las calles, despejando la vía de escombros y árboles caídos; en aquellos paramédicos que cargaron en brazos a una niña, con el agua por la cintura, luego de haberla rescatado del peligro en su hogar.
Uno pudiera ponerse a pensar en todo eso, en lo que Irma significó para Cuba, para su pueblo, en lo que se hizo para contrarrestar su efecto; uno pudiera pensar en los errores, pero también en los aciertos; uno pudiera pensar que la población merece una información que le brinde todas las aristas de la verdad, y no una condicionada por capitales privados o intereses foráneos. Uno pudiera pensar que, en nombre de la libertad de prensa, no se debiera izar la manchada bandera del libertinaje periodístico, la difamación y la manipulación.
Irma no venció a Cuba. Nada lo hará.
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