Por M. H. Lagarde
Ha muerto el padre de los cubanos. Fidel, el dirigente estudiantil, el asaltante del Moncada, el rebelde de la Sierra, el Comandante de la Caravana de la Victoria, el de la Reforma Agraria, la Nacionalización, el vencedor de Girón, que construyó una revolución socialista en las narices del imperio, el triunfante luchador contra el apartheid en África, el blanco inalcanzable de los asesinos de la CIA.
El hombre que convirtió los cuarteles en escuelas y le devolvió la dignidad a los cubanos. "La cultura es la espada de la nación", dijo quien alfabetizó a todo un pueblo. Por él Cuba dejó de ser una islita insignificante en el mapa para convertirse en una potencia deportiva y de la solidaridad. Los médicos de Fidel invadieron el mundo y salvaron millones de vidas de pobres civiles en todos los puntos cardinales del planeta.
Fidel, el orador, quien gracias a la magia de la televisión entraba en todos los hogares hasta convertirse en el maestro, en el miembro de la familia que sabía siempre lo que iba a pasar y lo que había que hacer. El hombre que nunca se calló la verdad en ninguna tribuna internacional y puso su verbo elocuente y conmovedor al servicio de todos los pobres de la tierra y en defensa de la humanidad.
Su obra gigante dejó una impronta en cada minuto de la segunda mitad del siglo XX y, sin dudas, su triunfo mayor tuvo lugar cuando se derrumbó el campo socialista y Fidel dijo que Cuba era un eterno Baraguá y que los cubanos, pasara lo que pasara, no renunciarían a sus principios humanistas. Los convencidos por la teoría de que Cuba era un satélite de la Unión Soviética entonces creyeron, una vez más, que el héroe de Cinco Palmas se había vuelto otra vez loco. Esa fue su mayor victoria contra el enemigo que aún saborea la fruta madura. Cuba se volvió rebelde otra vez, ya no contra una dictadura sangrienta, sino contra un mundo sin utopías ni sueños. Pero el ejemplo de Fidel, su valor y resistencia, fueron el plato fuerte de esos días de hambre y escaseces.
Esa página de gloria escrita por Fidel y sus hijos llevó al imperio a replantearse su estrategia hacia Cuba y a trocar el garrote por la zanahoria.
En sus últimos años, y en un exceso de modestia, convertido en el compañero Fidel, su desvelo fue el futuro de la especie humana. En sus reflexiones volvió una y otra vez sobre los peligros que entraña un posible holocausto nuclear y sobre los devastadores efectos del cambio climático.
El padre de todos los cubanos dignos ha muerto, pero sus millones de hijos en Cuba y en el mundo continuarán su obra. Hombre inigualable y excepcional, con su ausencia física les deja a todos sus hijos en herencia la posibilidad de ser su propio Comandante en Jefe.
Ha muerto el padre de los cubanos. Fidel, el dirigente estudiantil, el asaltante del Moncada, el rebelde de la Sierra, el Comandante de la Caravana de la Victoria, el de la Reforma Agraria, la Nacionalización, el vencedor de Girón, que construyó una revolución socialista en las narices del imperio, el triunfante luchador contra el apartheid en África, el blanco inalcanzable de los asesinos de la CIA.
El hombre que convirtió los cuarteles en escuelas y le devolvió la dignidad a los cubanos. "La cultura es la espada de la nación", dijo quien alfabetizó a todo un pueblo. Por él Cuba dejó de ser una islita insignificante en el mapa para convertirse en una potencia deportiva y de la solidaridad. Los médicos de Fidel invadieron el mundo y salvaron millones de vidas de pobres civiles en todos los puntos cardinales del planeta.
Fidel, el orador, quien gracias a la magia de la televisión entraba en todos los hogares hasta convertirse en el maestro, en el miembro de la familia que sabía siempre lo que iba a pasar y lo que había que hacer. El hombre que nunca se calló la verdad en ninguna tribuna internacional y puso su verbo elocuente y conmovedor al servicio de todos los pobres de la tierra y en defensa de la humanidad.
Su obra gigante dejó una impronta en cada minuto de la segunda mitad del siglo XX y, sin dudas, su triunfo mayor tuvo lugar cuando se derrumbó el campo socialista y Fidel dijo que Cuba era un eterno Baraguá y que los cubanos, pasara lo que pasara, no renunciarían a sus principios humanistas. Los convencidos por la teoría de que Cuba era un satélite de la Unión Soviética entonces creyeron, una vez más, que el héroe de Cinco Palmas se había vuelto otra vez loco. Esa fue su mayor victoria contra el enemigo que aún saborea la fruta madura. Cuba se volvió rebelde otra vez, ya no contra una dictadura sangrienta, sino contra un mundo sin utopías ni sueños. Pero el ejemplo de Fidel, su valor y resistencia, fueron el plato fuerte de esos días de hambre y escaseces.
Esa página de gloria escrita por Fidel y sus hijos llevó al imperio a replantearse su estrategia hacia Cuba y a trocar el garrote por la zanahoria.
En sus últimos años, y en un exceso de modestia, convertido en el compañero Fidel, su desvelo fue el futuro de la especie humana. En sus reflexiones volvió una y otra vez sobre los peligros que entraña un posible holocausto nuclear y sobre los devastadores efectos del cambio climático.
El padre de todos los cubanos dignos ha muerto, pero sus millones de hijos en Cuba y en el mundo continuarán su obra. Hombre inigualable y excepcional, con su ausencia física les deja a todos sus hijos en herencia la posibilidad de ser su propio Comandante en Jefe.
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