El grupo Doble Filo, un ejemplo de lo mejor del rap cubano |
Por Rocío Martín
Dedicarse a deconstruir el discurso de un comunicado sin sentido pudiera, en un primer momento, dejar la sensación de que el invaluable tiempo que todos los cubanos debiéramos dedicar a fundar y crear en nuestro país se pierde dos veces: la primera, cuando se decidió escribir el texto en cuestión sobre la base de razones inexistentes; la segunda, cuando asumimos explicar la obvia falsedad de sus argumentos.
No obstante, si en el mismo panfleto se cuestiona la justeza de la política cultural cubana, edificada a lo largo de medio siglo de Revolución sobre la base del diálogo fecundo entre la vanguardia política y artística de nuestra nación, entonces uno se convence de que sí vale la pena dedicarle una reflexión; sobre todo por el respeto que merecen quienes han dedicado tanta vida, obra y pensamiento a su gestación y sostenimiento.
Circula por la web una “declaración” del Consejo Organizativo de Puños Arriba, evento de Hip Hop que desde hace cinco años se celebra en nuestro país con apoyo de la Agencia Cubana de Rap y de otras instituciones y organizaciones, donde se denuncia la “imposibilidad” ficticia de “realizar la gala de premiaciones” del Festival a causa de supuestos “chantajes y presiones” de instituciones culturales cuya mención explícita el propio documento se cuida de describir, a riesgo de hacer más patente su voluntad difamatoria.
El pretexto de la “indignación” –concepto que activistas sociales en diferentes partes del mundo han usado en defensa de verdaderas causas sociales, y no de caprichos grupales- radica en que los organizadores del evento desestimaron las ofertas iniciales de locaciones que les hiciera el Instituto Cubano de la Música (ICM) para realizar el Festival, y coordinaran al margen de la institución que representa el movimiento de hip hop, la Agencia Cubana de Rap, realizarlo en la Carpa Trompoloco, administrada por otra institución de la cultura.
El ICM, entidad directamente cuestionada en el comunicado, hacía un buen tiempo había expresado a los organizadores de la gala que parte de las instalaciones de las que disponía para este fin tenían compromisos para la fecha prevista. No obstante, la céntrica sala de conciertos Avenida, remodelada hace poco y con garantía de requerimientos técnicos y organizativos, estaría disponible. Pero a los “organizadores” del evento no les pareció apropiado y suficiente ese lugar. Hasta ahí, el asunto podría considerarse una discusión en torno a un espacio, nada más.
Y así, mientras este 10 de diciembre nuestros más encumbrados creadores e intelectuales celebraban la defensa de los derechos culturales en Cuba, los “organizadores” de Puños Arriba, acompañados de algunos exponentes del género en un grupo de 15 ó 20 personas, aprovecharon “la oportunidad” para, a partir de su inconformidad con la propuesta de locación, cuestionar la política cultural cubana, garante de esos derechos.
Las puertas del Instituto Cubano de la Música, que nunca se habían cerrado al diálogo, volvieron a presentarse abiertas para los artistas, no para negociar antojos ni para conversar con manipuladores, sino para explicar una vez más la esencia de la decisión primera. Se fue más allá y el “burocrático” ICM, fundador institucional desde el 2002 de la Agencia de Cubana de Rap para apoyar el desarrollo de ese género, coordinó con el Consejo Nacional de las Artes Escénicas que el evento pudiera celebrarse donde ya se había previsto por parte de sus “organizadores”, y quedó acordado que, con todo el apoyo para el aseguramiento necesario, el concierto se realizaría el día 12, en la citada Carpa.
Sin embargo, ya había sido previamente (¡qué raro!) entregado a la voracidad propagadora de las redes el documento donde a priori los organizadores del Festival denunciaban haber agotado “todos los medios” para establecer el diálogo, y tachaban de “imposible” la realización de la gala. No hay que ser ingenuos. El sobredimensionamiento del hecho estaba concebido como fin mismo, más que como torpe medio para que un reclamo fuera “re-atendido”. ¿Resultaría la innecesaria alharaca más importante que la resolución –obviamente posible- de un desacuerdo nimio?
Más que la grotesca difamación contra el proceder de una institución cultural cubana, enerva la manipulación de un hecho tan puntual. Cuando el texto tacha de “insostenible” “la actual situación en cuanto al arte y la sociedad”, ¿se referirá a la masiva participación popular en festivales de teatro, cine, danza; en exposiciones y, conciertos; acaso aludirá al respaldo manifestado a la joven vanguardia artística, que en un reciente II Congreso de la Asociación Hermanos Saíz demostró cuán revolucionariamente crítico se puede ser a favor del verdadero desarrollo de las artes y las letras en nuestro país? ¿Serán esas expresiones de nuestros derechos culturales, amparados por una política cultural acusada de “obsoleta y despótica”, lo que a los redactores del documento les parece “inadmisible”?
Una verdaderamente entiende muy poco la razón por la cual alguien dedicaría esfuerzos a hilvanar tanta infamia hasta que recuerda que Michel Matos, uno de los integrantes de la productora Matraka, a cargo de la “organización” actual del Festival, declaró públicamente en un reciente viaje a Miami, capital de la agresión contra Cuba: “Esta ciudad es un referente insignia para los cubanos de la Isla.”
Al mismo medio que en aquel momento lo entrevistó, Matos le habló de la “hostilidad del sistema” –contradictoriamente el mismo “sistema” que le permitía realizar un periplo por varias ciudades de EE.UU. en función de un intercambio cultural, y descargarle a la prensa todos sus criterios sin tapujos. En cuanto a las coincidencias semánticas de su discurso con las del actual documento, no hay mucho más que resaltar. Por supuesto, la solución fue encontrada en el ICM sin ninguna participación de Michel Matos.
Sí valdría la pena anotar que otro de los organizadores de la actual edición de Puños Arriba, Soandry, integra “casualmente” el dossier La democracia en Cuba, de la revista Voces, fundada por Yoani Sánchez. También, la mal llamada Radio Martí y el libelo Diario de Cuba se hicieron eco del infeliz performance. Ningún medio serio le ha dedicado una línea.
Si en algo estuviéramos de acuerdo con un texto que casi no se deja leer por sus incoherencias conceptuales –no representativas, dicho sea de paso, de las agudas letras de muchos temas del hip hop cubano- es en que “la nación y su cultura no pertenecen, ni pueden pertenecer, a un grupo de burócratas insensibles y prepotentes”.
Y es así, no pertenecen, ni pueden pertenecer, a grupos de interés de ninguna clase, ni de burócratas ni de encaprichados; la nación y su cultura corresponden al pueblo que las hace, así como el derecho a replantearse una política cultural, o de cualquier otra índole.
Este documento afirma, sin demostrarlo, estar respaldado por “toda la comunidad de hip hop cubana”, que ni remotamente integran 20 personas. No obstante, en el remoto caso que así fuera, a la hora de exigir una revisión de “la política cultural que rige la vida del arte en Cuba”, ¿dónde queda la opinión de los restantes 17 mil músicos de otros géneros y tendencias que también ejercen apegados a esta política? ¿Quién tomó en cuenta el criterio de las decenas de miles de artistas de otras manifestaciones? ¿Cuándo fueron consultados los 11 millones de cubanos que se benefician de ella?
Está bien que a la hora de defender las ideas en las que cada cual cree, si es necesario, se muestren los “puños arriba”; pero antes de alzarlos, sería bueno asegurarse de que los levantó una cabeza.
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