Una parte de la población es consciente de que la política exterior de hostilidad de los EE.UU. hacia Cuba está determinada por el interés particular de un cada vez más reducido grupo de políticos de origen cubano, que no conoce Cuba ni representa a los casi 1.8 millones de cubanos que viven en ese país, y mucho menos a los más de 300 millones de estadounidenses cuyas libertades civiles son violadas por leyes y enmiendas que han sido promovidas y defendidas por estos grupos.
¿Cómo es posible que el derecho constitucional de los estadounidenses de viajar a Cuba esté condicionado a la agenda personal de este reducido número de políticos inescrupulosos? ¿Cómo es posible que este grupo pueda utilizar fondos millonarios de los contribuyentes estadounidenses, para restringir las libertades civiles?
No logro despedirme de las ciudades de San Francisco y de Nueva York, donde fui recibida con mucho cariño y generosidad. En retribución solo pude invitarlos a nuestra Isla, que no está sola, y al CENESEX.
A propósito de mi visita San Francisco y Nueva York
Amigas y amigos:
Durante el gobierno de George W. Bush, obtuve visa para viajar a los Estados Unidos en 2 ocasiones del año 2002: la primera, la recibí tardíamente, por lo que no pude asistir a un congreso de sexología al que había sido invitada; la segunda, me permitió participar en la Reunión Anual de la Society for the Scientific Study of Sexuality (SSSS), una de las asociaciones más antiguas del mundo para el estudio de estos temas, fundada en 1957, (que en su reunión de 2009, en Puerto Vallarta, reconoció mi trabajo con el Public Service Award). Desde entonces, mantenemos estrechos vínculos profesionales.
Yo estaba comprometida con la Asociación Mundial de Sexología (WAS) en promocionar su XVI congreso, en marzo de 2003, en La Habana, donde fue recibido un grupo numeroso de participantes provenientes de los EE.UU, una experiencia muy enriquecedora y amistosa.
Hace un año presenté el resumen de mi trabajo y una propuesta de panel para asistir al XXX Congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA), a celebrarse en San Francisco, en mayo de 2012, que regresó a los EE.UU, después de ocho años, pues desde el 2004 se había decidido trasladar la sede por la negativa de visas a las delegaciones académicas cubanas. Algunas personas comentaron que me resultaría difícil obtener la visa, sin embargo no existieron argumentos válidos para negármela.
El viaje estuvo lleno de sorpresas desde que recibí la visa hasta mi regreso a La Habana: cumplí un apretado programa, no pude cubrir todas las invitaciones recibidas de organizaciones no gubernamentales e instituciones estatales, en San Francisco y Nueva York; el afecto de la gente sobrepasó todas mis expectativas. ¿Cómo explicar que se conociera el trabajo del CENESEX y su impacto no solo en Cuba, sino también en los EE.UU.?
Cada abrazo recibido de forma espontánea me ratificaba que hay mucho en común entre nuestros pueblos, más razones para el encuentro que para distanciamientos, y que la separación que nos impone el bloqueo es artificial y mutuamente dañina.
Nunca imaginé que visitaría la calle Castro, en San Francisco, que simboliza las luchas de algunos movimientos sociales progresistas para exigir sus libertades civiles en una sociedad marcadamente clasista y que además me acompañara Cleve Jones, el más cercano colaborador de Harvey Milk.
En Nueva York también tuve el privilegio de conocer a buenos cubanos, amantes de su patria y comprometidos con los derechos de la comunidad LGBT, que forman parte de una ciudad multicolor, no solo en términos de sexualidades, sino por su cultura y su gente. Conversar con estas personas de diferentes orígenes nacionales y coterráneos, confirmó mi sospecha de que la inmensa mayoría de los cubanos en los Estados Unidos anhela relacionarse con la tierra que les vio nacer, o de sus padres. Pero este deseo, cada vez más intenso e indetenible, no está representado en ciertos congresistas cubano-americanos de limitada capacidad ética.
Una parte de la población es consciente de que la política exterior de hostilidad de los EE.UU. hacia Cuba está determinada por el interés particular de un cada vez más reducido grupo de políticos de origen cubano, que no conoce Cuba ni representa a los casi 1.8 millones de cubanos que viven en ese país, y mucho menos a los más de 300 millones de estadounidenses cuyas libertades civiles son violadas por leyes y enmiendas que han sido promovidas y defendidas por estos grupos.
¿Cómo es posible que el derecho constitucional de los estadounidenses de viajar a Cuba esté condicionado a la agenda personal de este reducido número de políticos inescrupulosos? ¿Cómo es posible que este grupo pueda utilizar fondos millonarios de los contribuyentes estadounidenses, para restringir las libertades civiles?
No logro despedirme de las ciudades de San Francisco y de Nueva York, donde fui recibida con mucho cariño y generosidad. En retribución solo pude invitarlos a nuestra Isla, que no está sola, y al CENESEX.
Tengo mucha información que espero compartir en próximas entradas.
Este ha sido una experiencia con muchas emociones que demuestran la inmensa capacidad de amor y solidaridad que caracteriza a nuestros pueblos.
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