Por Juan Fernández López
El jefe de la Sección de Intereses de EE.UU. en La Habana, Jonathan Farrar, había alertado desde abril de 2009 al naciente gobierno de Barack Obama que la llamada “oposición cubana” no era más que “un grupo desconectado de la sociedad”, más preocupado por conseguir dinero que en llevar sus propuestas a sectores más amplios de la sociedad”.
Afirmaba el diplomático en su mensaje al Departamento de Estado que los “disidentes o sus agendas” eran prácticamente desconocidos y sugería emprender esfuerzos para que “dejen de gastar tanta energía en serrucharse el piso los unos a los otros”.
A casi dos años del alerta de Farrar -revelada recientemente por los destapes de WikiLeaks- la Casa Blanca presta más atención a las presiones de Miami y de sus mafiosos en el Capitolio, que a los diplomáticos.
Con el lenguaje de los banquetes miamenses de los 20 de mayo, Obama este 23 de febrero fue émulo de su predecesor George W. Bush en el abuso de adjetivos y elogios, como en las imprecisiones o embarques de sus amistades floridanas.
Nadie olvida el precedente de la cena organizada por una pareja de famosos y ostentosos “artistas” de Miami, a la que asistió Obama como invitado especial, días después de que el acaudalado matrimonio tuviera como invitado de honor a Luis Posada Carriles en un mitin recaudador a favor de las “Damas de Blanco”.
Cómo si no bastara con los 20 millones del gobierno que se extravían en el corto espacio de las 90 millas o en los pocos bolsillos de las “personalidades disidentes” ávidas de premios, tantas veces sospechosos de los auditores del Departamento de Estado.
La reputación de los asalariados, protegidos, entrenados, explotados, manipulados y finalmente admitidos como refugiados ha estado tan en tela de juicio, que resulta sorprendente y al mismo tiempo desconcertante que a tales personajes le conceda tal prioridad un presidente tan agobiado por las protestas y crisis domésticas, como con las guerras y revueltas que rodean sus intereses foráneos.
Si no bastaran las sospechas de las ataduras a Miami, resultaría llamativo que un día antes del inesperado comunicado de la Casa Blanca, la nueva presidenta del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes de EE.UU., la legisladora anticubana Ileana Ros-Lehtinen, utilizara un lenguaje con no menos epítetos, aunque algunos indirectamente contra el propio Obama.
En tiempos en que los periódicos tienen más mentiras que anuncios y los negocios arrastran más que la ética profesional o la filiación política, es difícil discernir quién embarcó al Presidente si The New York Times o un asesor del Consejo de Seguridad Nacional. Quizás ambos, desinformados por un “periodista independiente” o un ciberdisidente, inventores de noticias cuando el bolsillo no les suena.
La “desinteresada y trágica muerte” referida por Obama en su comunicado del 23 de febrero, no tuvo una connotación política hasta que Washington, la Unión Europea y sus mercenarios no se la concedieron. El muerto que manipula tanto Ileana Ros como el Presidente era un recluso sancionado por delitos despreciados por cualquier sociedad civilizada. Eso no se puede decir. No conviene. Pero se sabrá.
“La valerosa acción” que aplaude el mandatario norteamericano fue más bien un crimen o un suicidio estimulado hasta por familiares cercanos de la víctima que apostaron más al capital que a la vida de un hijo, sin embargo ya le han “premiado” con la condición de refugiados políticos en los Estados Unidos. Ese es el mensaje que nunca llegó a The New York Times ni al Consejo de Seguridad Nacional. Al Presidente quizás tampoco le convenga escucharlo o se lo impiden.
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