No son pocas las personas que desde la izquierda albergaron esperanzas con el cambio de inquilino en la Casa Blanca. Era, por otra parte, lógico, que tras la presidencia de un genocida como George W. Bush, cualquier cosa que pasara tendría que ser para mejor. Si a esos deseos le añadimos el color de la piel de Obama (con lo que eso significa en EE.UU) y su presencia de persona joven con cierto dinamismo, encanto y sonrisa fácil, el cuadro para completar una más que halagüeña expectativa, parecía perfecto. Incluso admitiendo que se trataba del típico “poli bueno” era un respiro necesario.
Los que como Obama, responden y se presentan a los electores como demócratas moderados, amigos del diálogo y alejados de la crispación, saben que tienen un plus a la hora de exigirle cumplimientos, es decir, se les perdona todo, porque la alternativa a ellos son los Bush que pululan por el planeta. A partir de ahí comenzamos un análisis del tipo, “el presidente no es malo, pero es que está rodeado por auténticos halcones que no lo dejan”, “los poderes facticos no le permiten hacer más”, “no le informan de todo lo que acontece”, “no puede pedírsele más, es un reformista que tiene que lidiar con personajes reaccionarios”, “hay que apoyarlo para que pueda vencer a los sectores más involucionistas” “al menos algo parece que está haciendo, no es lo mismo”, etc, etc, etc. Todo parece valer para proteger su figura y, sobre todo, su política. Y de paso, manifestar nuestros miedos a volver al pasado.
Entrar en esa dinámica es admitir que la izquierda está derrotada definitivamente. Que se trata de elegir entre el “malo” o el “menos malo”, y esa amarga disyuntiva es para siempre, sin nada en el horizonte que sirva para alimentar cambios drásticos y pegarle una patada definitiva al capitalismo. Se trata, simplemente, de elegir un administrador del sistema que sea y parezca honrado, lo demás es utopía. Es el final de la Historia, como dijeron los ideólogos del sistema. Y contra esa idea tenemos que revelarnos cuantas veces podamos.› Leer Más
Los que como Obama, responden y se presentan a los electores como demócratas moderados, amigos del diálogo y alejados de la crispación, saben que tienen un plus a la hora de exigirle cumplimientos, es decir, se les perdona todo, porque la alternativa a ellos son los Bush que pululan por el planeta. A partir de ahí comenzamos un análisis del tipo, “el presidente no es malo, pero es que está rodeado por auténticos halcones que no lo dejan”, “los poderes facticos no le permiten hacer más”, “no le informan de todo lo que acontece”, “no puede pedírsele más, es un reformista que tiene que lidiar con personajes reaccionarios”, “hay que apoyarlo para que pueda vencer a los sectores más involucionistas” “al menos algo parece que está haciendo, no es lo mismo”, etc, etc, etc. Todo parece valer para proteger su figura y, sobre todo, su política. Y de paso, manifestar nuestros miedos a volver al pasado.
Entrar en esa dinámica es admitir que la izquierda está derrotada definitivamente. Que se trata de elegir entre el “malo” o el “menos malo”, y esa amarga disyuntiva es para siempre, sin nada en el horizonte que sirva para alimentar cambios drásticos y pegarle una patada definitiva al capitalismo. Se trata, simplemente, de elegir un administrador del sistema que sea y parezca honrado, lo demás es utopía. Es el final de la Historia, como dijeron los ideólogos del sistema. Y contra esa idea tenemos que revelarnos cuantas veces podamos.› Leer Más
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