Por M. H. Lagarde
Otra excelente muestra del mal estado de salud del que goza la democracia estadounidense fue el discurso pronunciado la noche del jueves por Paula White, la asesora espiritual de Trump.
La pastora evangelista, que desde hace poco más de un año es parte del equipo de la Casa Blanca, dio una apasionada oración televisada en un intento por asegurar la reelección del mandatario en la que afirmó, entre otras cosas, que:
«Confederaciones demoníacas intentan robarle la elección a Trump. Los refuerzos angelicales de África y Sudamérica están llegando ahora mismo; escucho el sonido de la victoria».
Según relatan varios medios de prensa, White subió y bajó del escenario, cerró sus ojos y dio una oración cantada mientras sus fieles se arrodillaban y elevaban sus brazos, contra las «conspiraciones demoníacas», «agendas demoníacas» y «todo espíritu demoníaco».
«Han secuestrado la elección. Han secuestrado la voluntad de Dios», -dijo la asesora espiritual que lleva casi veinte años como consejera del presidente- y se dirigió -sin nombrarlos- a sus adversarios: «Pedimos que cada trampa que hayan tendido caigan sobre su propia soga, caigan sobre su propia trampa».
Y añadió: «Rompemos y dividimos todas las confederaciones demoníacas contra las elecciones, contra Estados Unidos, contra lo que Tú [Dios] has declarado en la Casa Blanca».
Mientras varios líderes del partido republicano como el jefe de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell y el senador Marco Rubio, se desmarcaron de las apresuradas acusaciones de fraude hechas por el presidente durante la madrugada del miércoles, las «espirituales» declaraciones de White resultaron el más «serio» apoyo que ha recibido la denuncia de Trump.
La actuación de Paula White, una televangelista que predica su ministerio y oraciones en la emisión de programas de amplia difusión, solo se explica políticamente si se tiene en cuenta el público al que fue dirigida. Según los expertos las bases republicanas que apoyan al presidente están conformadas principalmente por evangelistas, hombres blancos de zonas rurales y personas de escaso nivel cultural.
Pero se explica sobre todo por la subestimación y manipulación con que, el todavía inquilino de la Casa Blanca, ha logrado engañar durante cuatro años a una buena parte de sus seguidores, los mismos que, al decir de Roger Stone, otro asesor de Trump: son «los votantes que carecen de cultura y no pueden diferenciar entre el entretenimiento y la política».
Una prueba de esa confusión entre entretenimiento y política, la dieron sus partidarios, unos días antes de la elección, cuando empezaron a pedirle a gritos al presidente que despidiera al principal epidemiólogo de ese país, el doctor Fauci. «Despedir» a presuntos empresarios ineptos era lo que hacía Donald Trump en su reality show The Apprentice por el que se hizo famoso en Estados Unidos y cuya fama, según también Stone, posibilitó en gran medida su candidatura a la presidencia en 2016.
A pesar de todo el apasionamiento de Paula White la presunta derrota de Trump nada tiene que ver con «agendas demoníacas» sino más bien con fallidas «agendas mediáticas».
Por suerte para ese país, y mala suerte para Trump, más de la mitad de su población tiene el suficiente nivel intelectual para no dejarse manejar por sus trucos, ni los de una televangelista.
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